jueves, 30 de abril de 2009

Roberto Arlt y los blogs


“El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo”

Roberto Arlt, introducción a Los lanzallamas

Pese a estar separados por el tiempo y la muerte, que unidos suelen formar el olvido, Roberto Arlt y los blogs comparten algunas características que vale la pena examinar, a los fines de establecer que el autor de Los siete locos trazó, por medio de su obra, un futuro posible dentro de la narrativa nacional. Y esas semejanzas se traslucen en tres ámbitos: el formato, la crítica y la noción de lector.

Escritas para el diario El Mundo desde 1928 hasta su obligado punto final en 1942, las columnas de opinión de Arlt, denominadas Aguafuertes, se transformaron en un espacio ideal donde el escritor trató un abanico de temas de su interés, que iban desde asuntos culturales –su desprecio por la literatura elitista, el rechazo que le producía cierta benevolencia de parte de los críticos de espectáculos– hasta cuestiones políticas y sociales, producto de su ímpetu periodístico, como internarse en un hospital público para conocer por dentro cómo vivían los enfermos, o bien sus elípticos ataques a los gobiernos militares, que por razones del orden de la censura debía criticar con indirectas, aunque no exentas de una riesgosa ironía.

Esa anarquía de temáticas y su periodicidad aproxima las Aguafuertes a aquello que abunda en los blogs y que es una de sus características más notables: el opinar acerca de todo, aun cuando no se conozca el tema en profundidad y sus alcances sean impredecibles. Se conciben de esta manera reflexiones urgentes, con una edición mínima a raíz de los tiempos de publicación, textos que sin embargo cobran valor como testimonio de un momento. A propósito de esto último, vale la pena echar ojo a algunas crónicas calientes publicadas en blogs sobre zonas en conflicto bélico, escritas en el lugar de los hechos, temas que los medios masivos de algunos países deciden (o se ven obligados a) pasar por alto o informar con evidente parcialidad.

Otro detalle a tener en cuenta: lejos de la escritura pulida, la prosa elegante y barroca que caracterizaba a algunos de sus contemporáneos, Arlt utiliza un lenguaje coloquial, redacta de la forma en que habla el argentino promedio (ya no sólo en sus Aguafuertes sino en toda su obra), lo que desata encendidas críticas al “rebajar sus artículos hasta el cieno de la calle”, a decir de un lector que le recrimina en una carta el uso del lunfardo. Lo cierto es que Arlt tenía muy en claro ese detalle, porque de esa forma buscaba distanciarse de varios de sus colegas. “A diferencia de otros escritores de su tiempo, Arlt no se jactaba de su formación. Él trataba la literatura como algo vivo, es un precursor por esa noción anti-académica, y no como se la entendía por esos años”, explica Andrea Bocco, profesora de la cátedra Argentina I en la Escuela de Letras de la UNC.

Ilustración de Eric Zampieri


Escribir mal

El desdén y los ataques provenientes de la Academia, o por el lado de cierta figura de lector avezado, es otro punto que une a Arlt con buena parte de la producción que surge de los blogs. “Se dice de mí que escribo mal”, solía repetir el también dramaturgo cuando explicaba su metodología de trabajo. Al no contar con una formación clásica en el ámbito de las letras, su estilo se forjó a través de lecturas desordenadas, donde se mezclaban autores tan diferentes como José Ingenieros con Dostoievski –también influyeron las malas traducciones de las obras de escritores extranjeros, producto de las ediciones económicas–, concibiendo aquello que se señaló como una literatura marginal o, en palabras de Horacio González, “una prosa que chapotea entre monstruos”. Es decir, en las antípodas de la estética reinante.

En aquel tiempo, entre las décadas 1920 y 1930, la literatura argentina estaba atravesada por dos grupos de perfiles opuestos: el de Boedo –de ideas de izquierda y compromiso social, entre cuyos máximos representantes se encontraban Leónidas Barletta y Elías Castelnuovo– y el grupo de Florida, en el que confluían escritores como el primer Borges, Leopoldo Marechal y Oliverio Girondo, interesados en las vanguardias europeas, fundamentalmente en el terreno de la poesía. “Arlt se ubicó en el centro –apunta Bocco–, sus novelas presentan rasgos de ambos grupos, pero él se mantuvo independiente a estas agrupaciones. Y eso desencadenó la crítica de sus pares: para los de Florida escribía mal, para los de Boedo no se comprometía ideológicamente”.

Al referirnos a las críticas, hay una conexión latente en el tema que nos concierne: los bloggers –término con que se define genéricamente a quien mantiene un blog– publican todo aquello que quieren decir sin filtros de edición ni lectura previa a cargo de correctores, lo que produce textos en los que los errores gramaticales u ortográficos son bastante frecuentes. Esto lo facilita el mismo formato, de creación sencillísima e individual, lo que posibilita a su vez la proliferación de nuevos escritores o simplemente personas adeptas a la escritura, que publicaron en internet sus primeros artículos o relatos, al margen del visto bueno –otrora condición indispensable– que otorga el mercado editorial, la crítica especializada o un número creciente de lectores. Esa forma de escribir desarticulada e informal, tan en boga por estos días y en estas latitudes, también es blanco de críticas por parte de un sector del ámbito cultural afecto al preciosismo en el lenguaje.

En ese sentido, es ejemplar la declaración del filósofo José Pablo Feinmann en la pasada Feria del Libro de Buenos Aires. Consultado acerca de los blogs, el intelectual sostuvo: “Estoy en contra del blog, en la Argentina no hay pelotudo que no tenga un blog […] A la mayoría de los que escriben blogs un buen jefe de redacción les pegaría una patada en el culo y los echaría por la pésima prosa que tienen […] Hay que saber escribir, sino no le hagas perder el tiempo al que te lee, no lo agredas con tu mala prosa. Ese democratismo me parece realmente agraviante con el lector”. Ese pensamiento, aunque radical, también reflejó en mayor o menor medida la opinión de otros intelectuales, que por lo bajo también desacreditan aquel formato digital.

Como era de esperarse, varios bloggers salieron al cruce de estas declaraciones. Pero mientras la mayoría se sentía atacado con la ya famosa frase “cualquier pelotudo tiene un blog” –frase que, ironías aparte, encierra algo de verdad–, sólo pocos se detuvieron a responder y debatir qué razón justifica que esté mal que cualquiera pueda publicar lo que escribe en la web (el “democratismo”), si al fin y al cabo es el lector quien elige qué leer y qué no. Si se tiene en cuenta, además, que muchos de los escritores surgidos en los últimos años en nuestro país mantienen un blog (el más notable es el grupo denominado “La Joven Guardia” o “Nueva narrativa argentina”, conformado por Hernán Arias, Natalia Moret y Juan Terranova, entre otros), es de suponer que en el futuro mucha de la literatura argentina provenga de allí, aunque sea concebida a través de una “mala prosa”, pero con tramas lo suficientemente sólidas como para perdurar en el tiempo. El escritor Oliverio Coelho, perteneciente a esa camada de escritores sub-40, sostuvo en una entrevista a Rolling Stone en 2005: “Hay como un tono generacional que tiene que ver con un uso más despreocupado de la lengua, una naturalidad del texto”. Maximiliano Tomas, periodista cultural y antólogo de varios libros de relatos de escritores jóvenes, comentó en su blog a propósito de un cuento de Terranova: “Menospreciado hasta por su autor, pero muy potente, aunque, Terra, ojota va sin hache, bestia”. Cualquier semejanza con la obra de Arlt tal vez no sea coincidencia.

Ida y vuelta
Llegamos así al que quizá sea el vínculo más valioso entre los dos polos que nos interesan: el trato con los lectores. Una de las herramientas que más aporta a la noción de blog son los comentarios; opiniones, puntos de vista, acotaciones que los lectores vierten en ellos para de esa manera participar activamente en la construcción de la bitácora personal como experiencia narrativa. “Puede enseñarte mucho que te pongas permeable con la visión de los demás”, comenta José Playo, escritor cordobés cuyo blog es el más popular entre los de ficción en nuestra ciudad. “Algunos relatos de mi último libro sufrieron leves modificaciones por lo que algunos lectores sugirieron”, revela y también agrega que ciertos comentarios en su página lo inspiraron a escribir algún relato (“tres veces”, precisa).

Es materia conocida que, producto de las opiniones de terceros, pueden surgir debates o confrontaciones entre lectores y el autor del blog acerca de un tema, lo que lleva a que el planteo inicial desemboque en algo completamente diferente. La importancia de un lector tan cercano es muy notoria y las consecuencias de esto pueden ser determinantes en los nuevos escritores.

Históricamente, en la literatura argentina esta relación no ha sido demasiado frecuente ni fructífera, al margen de autores como Lucio V. Mansilla, quien fomentaba el trato con sus lectores, sí, pero les hablaba de igual a igual; es decir, sostenía un enlace con aquellos de formación letrada, alguien de su mismo nivel. Sin embargo, es Roberto Arlt quien otorga al lector una importancia hasta ese momento impensada en las letras argentinas. Contrario a otros escritores, no solía recibir elogios ni adulaciones, sino que confrontaba con el lector y de esas discusiones extraía materia prima para sus columnas o relatos. Tanta importancia le daba a esa relación, que incluso abandonó un programa radial donde colaboraba porque no soportaba los comentarios estúpidos de sus oyentes femeninas (hay una Aguafuerte donde se explaya sobre este tema); tan significativos le resultaban sus receptores, que se dice de Arlt que dedicó sus últimos años al teatro porque allí recibía de forma directa el dictamen de su público. Bien vale otra de sus citas para ilustrar esta relación: “Eso de saber que no se acciona en el vacío vale mucho. Es quizás el más poderoso estímulo”, reflexiona en otra de sus Aguafuertes.

Muchos autores de blogs escriben a sabiendas de los comentarios que disparará su texto. Así haya tres o doscientos lectores diarios, el blogger publica lo suyo en internet, ante millones de potenciales lectores, con la plena consciencia de que “no se acciona en el vacío”. “Las opiniones laten en algún lugar debajo del teclado y no te dejan ablandar los dedos”, sugiere Playo, y señala una cuestión de la que los próximos escritores –literatos, periodistas, historiadores– no podrán escapar fácilmente: el lector como protagonista activo. Esa intromisión, que podrá ser positiva o negativa dependiendo el caso, también representa un choque al ego y la vanidad. A eso Arlt lo comprendió y, aunque no fue consagrado en vida, el tiempo sería el encargado de colocarlo en el panteón nacional de las letras argentinas. “Me gusta pensar que, de haber podido, Arlt seguramente hubiera tenido un blog que habría actualizado diariamente con avances de sus textos: borradores que se pisarían unos a otros y encendidas respuestas a los comentarios de sus lectores”, escribió en un post Matías Fernández, editor de Hablando del Asunto, uno de los blogs de literatura más activos de Argentina.

Aferrándonos al pantanoso terreno de las conjeturas, hay indicios para sostener que Roberto Arlt construyó una clase de literatura que se practica hoy, aunque eso ponga los pelos de punta a determinados círculos, aunque carezca de prosa cuidada y el lector esté pisando los talones, aunque los eunucos bufen.

Versión completa del artículo publicado en Revista La Central N°10