lunes, 21 de septiembre de 2009

De parodias y polémicas

El término parodia proviene del griego y refiere a una imitación en clave irónica o burlesca para aludir a una obra de cualquier disciplina artística o un concepto establecido. Quizá no hace falta aclararlo, pero lo anterior expone que la parodia surge en los tiempos de Aristóteles y se ha desarrollado hasta hoy, con mayor o menor grado de lucidez.

En sus versiones más logradas, la parodia no sólo causa gracia e irreverencia, sino que nos permite reflexionar acerca de una cuestión puntual: ahí nos encontramos a Cervantes y su Don Quijote, obra fundacional de la novela moderna (siglo XVII), que nace justamente como una burla a los libros de caballerías. Más cerca nuestro tenemos a los Simpson y su particular recreación del american way of life (una familia tipo, una localidad tradicional y todos los desajustes que eso mismo provoca) o los sketchs de Peter Capusotto, que nos muestra el lado B del rock: sus clichés, gestos en apariencia cool que por el contrario demuestran su utilidad al sistema que propone el mercado musical. Así podemos ver a Pomelo y su ridícula feria de excesos, a Luis Almirante Brown y el péndulo entre lo excelso y lo zarpado, o a Micky Vainilla con sus canciones neonazis.

La publicidad no es ajena al recurso y también ha sabido usar la parodia con eficacia. La última campaña de Quilmes, a cargo de Y&R, se burla –con mesura e inteligencia, pero burla al fin– de sus propias publicidades y los recursos que utilizan continuamente: gente bailando, monjitas heladas por doquier, el hitazo como cortina, las chicas de mirada provocativa en slow motion: todo es funcional a la historia que nos cuentan los protagonistas, inmersos “en la propaganda de Quilmes”, una atmósfera que se parece a un sueño (“Pará, no tomes. ¿Nunca viste una propaganda? Cuando tomás se termina”).

Movistar, por su parte, optó por meterse con el mundillo de las agencias publicitarias, llevando al máximo posible el estereotipo del creativo, un yuppie de perfil intelectual que hace del adjetivo una profesión (“¿A qué te dedicas?”, “Soy creativo”). Así surgió Ramiro Agujis, creador genial, cazador de tendencias, referente y talento indiscutible, que cada dos minutos clava una idea al ángulo. El personaje es interpretado por el actor Luis Rubio, quien ya había demostrado sus aptitudes para las parodias con el entrañable Eber Ludueña, un futbolista pata dura que vive de sus recuerdos de aquellos años de gloria.

Otra parodia en la publicidad reciente estuvo a cargo de Arnet, cuando emitió los cortos de Julio, “el contador sensible” que se alegra porque la vida es bella y porque gracias al nuevo pack de la empresa, calculadora en mano, te podés hacer unos mangos extra.

Como suele suceder en épocas de web 2.0 y marketing viral, los videos de Julio se propagaron en YouTube y redes sociales, lo que convirtió a nuestro contador sensible en otra de las estrellas inmediatas gracias a su llegada en internet. La publicidad tenía la intención de hablar de los beneficios de un servicio telefónico a través de una burla que entendemos bien intencionada, sin malicia; sin embargo molestó a algunos contadores y eso despertó una polémica un poco absurda pero que vale la pena atender.

Algunas semanas atrás, La Red de Contadores Públicos emitió un comunicado reclamando a Arnet que levantara la publicidad del aire y que efectuara disculpas públicas, argumentando, entre otras cuestiones, que la imagen del contador sensible “repugna a quien tenga un mínimo sentido de la ética y la moral”, como si no quedara claro que se trata de una pieza humorística. La solicitud, que puede leerse en el sitio oficial de la entidad (comentario al margen: ¡urgente un rediseño!), también hace hincapié en que “ridiculiza y desacredita” la profesión del contador, a la vez que critica “el análisis especulador” del ficticio contador.

El comunicado demuestra que efectivamente los contadores tienen su grado de sensibilidad como cualquier hijo de vecino (después de todo se ofendieron, lo que desnuda una percepción bastante sensible), pero también evidencia la falta de otro sentido muy humano: el del humor. Vamos, muchachos: queremos creer que así como no todos los contadores son iguales al pícaro de Julio, tampoco todos pueden ser tan rígidos y formales como los de esta Red.

Si no fuera porque el comunicado efectivamente existió, a juzgar por el tono en que está escrito, casi casi que podríamos rotularlo como una parodia a los contadores. Sólo le hubiera faltado cerrar la misiva con una frase perteneciente a la siempre inspirada dupla Capusotto-Saborido: ¡¡Hasta cuándo vamos a ser un país poco serio!!

Columna escrita para la revista Circuz

jueves, 17 de septiembre de 2009

La reinvención de la crónica

Frutos extraños. Crónicas reunidas 2001-2008
Por Leila Guerriero
Aguilar
398 páginas
$ 69

Leila Guerriero ya había demostrado su destreza narrativa en Los suicidas del fin del mundo (2006), una non fiction en la que daba cuenta del alarmante porcentaje de suicidios de adolescentes en Las Heras, un pueblo remoto de la provincia de Santa Cruz. Aquella descripción de un paraje desolado -y el uso de la tragedia como punto de partida- acercaba la novela a otras clásicas del género, como A sangre fría de Truman Capote o Hiroshima de John Hersey. Frutos extraños reúne los artículos periodísticos de Guerriero publicados en diversos medios entre 2001 y 2008, lo que permite conocer la pericia de la escritora en un terreno más reducido y conciso: la crónica. El resultado es igual de fascinante.

El primer segmento del libro consta de una serie de retratos acerca de personajes y temáticas bastante heterogéneos, en los que la autora indaga el pasado y el presente de aquello que investiga. Todas las historias pendulan continuamente entre el qué y el cómo; es decir, allí donde hay rigor y abundancia de datos, también se advierte una estructura precisa que busca acomodar las piezas del relato.

Hay perfiles de varios tipos. Desde celebridades que cayeron al averno del olvido (la historia del ex basquetbolista y luchador libre Jorge "El Gigante" González, actualmente recluido en una localidad formoseña) hasta referentes de la cultura, como la atenta recreación de la carrera del escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña o la crónica sobre el crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet, publicada originalmente a pocas horas de su muerte, que funciona como un homenaje entrañable. Guerriero también trabaja con acierto cuando encara la vida de freaks o personalidades mediáticas (imperdible el perfil que realiza del empresario ganadero Alberto Samid, aquel de la trompada a Mauro Viale).

La antología de artículos incluye historias centradas en un grupo de personas o un espacio determinado, que funcionan a su vez para hablar de un escenario más vasto y complejo. En ese sentido, uno de los ejemplos mejor logrados es un reportaje sobre las tareas del Equipo Argentino de Antropología Forense, encargado de identificar víctimas de diferentes dictaduras, relatado en un tono sombrío lindante al género policial.

La segunda parte comprende algunos ensayos (se titula "Discusiones"), con un anclaje entre lo costumbrista y la columna de opinión, donde la autora arremete contra prácticas y tradiciones modernas (o posmodernas) para dejar al descubierto sus flaquezas, defectos y contradicciones. Por allí se critica sin piedad a los recorridos turísticos predeterminados o se puede hallar un elogio de la negación.

La tercera y última unidad de Frutos extraños incluye reflexiones acerca de la prensa gráfica y sus hacedores, de su actualidad y su futuro, de las posibilidades y los límites de un género tan discutido y transitado como la crónica, en el que la realidad se impone frente a cualquier producto de la imaginación, aun sin resignar su sentido de fábula o alegoría. La misma autora lo deja en claro en la primera línea de sus agradecimientos: "A los que me contaron sus historias".