Este año fue particularmente profuso en el terreno de la crónica. Por empezar, hay que señalar que dos prestigiosos premios tuvieron como ganadores a escritores argentinos.
El rastro en los huesos, un relato sombrío a cargo de Leila Guerriero, fue elegido por la
FNPI como el mejor en la categoría gráfica. Probablemente no sea lo mejor que ha escrito, pero el premio llega como un acto de justicia antes que un elogio a su prosa perfeccionista. Sucede que Guerriero editó el año pasado
Frutos extraños (Aguilar), una recopilación de sus artículos que demostró que se está frente a una de las mejores cronistas de Latinoamérica.
El otro premiado fue Javier Sinay, periodista de diversas publicaciones de cultura joven, quien ganó el
premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón por
Sangre Joven (Tusquets), su primer libro de crónicas, en el que investiga seis casos policiales que involucran a menores.
PublicacionesDentro de la misma colección a la que pertenece
Frutos extraños, este año se publicó
Nuestro Vietnam, una selección de crónicas que Daniel Riera escribió en la última década. También allí se percibe una escritura atraída por la ficción, cuidada y estetizada, aunque lejos de la solemnidad. Por el contrario, Riera no esquiva el humor (es uno de los editores de
Barcelona) ni temas a priori sensacionalistas, como la vida extraterrestre o la magia negra.
Otro cronista para remarcar en este 2010 es Cristian Alarcón, quien publicó el esperado
Si me querés, quereme transa (Norma), su segundo libro, donde aborda la compleja red de narcotraficantes peruanos en las villas de Buenos Aires. Antes que periodístico, el trabajo prefiere sostenerse en un registro más cercano a la sociología. De hecho, el mismo Alarcón se encarga de subrayar que su objetivo fue tratar de comprender un fenómeno adentrándose en él, y no aportar datos a las fuerzas de seguridad.
También de trasfondo policial aunque con otras intenciones,
El Ángel Negro (Aguilar), de Rodolfo Palacios, comprende una serie de exhaustivas entrevistas con el célebre asesino Carlos Eduardo Robledo Puch en la intimidad de la cárcel. En este caso, su relación con la crónica –y con cierta tradición del relato de no ficción– es el minucioso perfil psicológico que Palacios consigue escribir de la figura que aborda.
Hernán Iglesias Illia fue otro periodista que editó este año su libro de crónicas. Ya había ganado cuatro años atrás una beca para poder solventar la investigación que luego volcaría en
Golden Boys (Planeta), acerca de los traders argentinos en Wall Street. En esta oportunidad, regresa con
Miami, un retrato detallado (y bastante argentino) acerca de una de las ciudades más turísticas y curiosas de los Estados Unidos.
Apuestas independientesEn el mercado independiente también hubo movimiento. La pequeña aunque promisoria editorial Tamarisco lanzó en este 2010 su primer libro de no ficción,
Apache: en busca de Carlos Tévez, de Sonia Budassi, que relata la singular travesía de la periodista para llegar al ídolo del Manchester City.
Eterna Cadencia, aunque en un registro desligado de lo puramente actual, salió al mercado de la crónica con dos libros que integran una colección más vasta. Se trata de
¡Arriba las manos!, una selección de crónicas policiales a cargo de Ariela Schnimajer, y
Cosmópolis, recopilación de textos de carácter urbano, entre el registro realista y la óptica del flaneur, elegidos y prologados por Beatriz Colombi. Para cerrar el año, publicó
Mapa Callejero. Crónicas sobre lo gay desde América Latina, seleccionadas por José Quiroga.
Finalmente, cabe resaltar el último trabajo publicado por Martín Caparrós, un cronista faro para toda la nueva generación de periodistas/escritores. A mediados del 2010, Anagrama publicó
Contra el cambio, un alegato que se encarga de advertir algunas ambigüedades del llamado Calentamiento Global. Caparrós viaja a distintos puntos del globo que supuestamente se ven afectados por el cambio climático y desde allí establece sus argumentos, con una escritura que pivotea entre el conocimiento científico y la experiencia personal.
Aunque incompleto, el repaso anterior sirve para dar cuenta del vasto escenario en el que se encuentra la crónica periodística a nuestros días en el mercado editorial. En 2011 se podrá corroborar si la tendencia continúa hacia arriba o, por el contrario, sus manifestaciones empiezan a decrecer.
Armar la tramaLa biografía del reportero Ryszard Kapuscinski, editada a comienzos de este año, disparó un
intenso debate que tuvo a la crónica en el centro de atención. El polaco, de acuerdo al libro, habría reforzado con algo de imaginación ciertos pasajes de sus libros. Al enterarse de esto, no pocos personajes –algunos de ellos incluso rotulados como maestros de periodismo– saltaron al cuello del biógrafo: no podían comprender que revelara tal cosa, que Kapuscinski no haya sido completamente fiel a la realidad, como si aquello fuese posible.
Por otra parte, en las varias
entrevistas que concedió en los últimos meses y también en sus columnas de opinión, Leila Guerriero defendió a capa y espada la idea de escribir únicamente sobre aquello que se ha vivido, experimentado, sin agregarle ninguna clase de condimento. De otra manera se estaría traicionando la naturaleza misma del género de la crónica periodística. Y también dejó en claro que no le interesa escribir ficción a secas, que la crónica puede tener igual potencia que un relato tradicional.
No todos los que pertenecen al imaginario gremio de los cronistas parecen estar de acuerdo con eso. Algunas semanas atrás, en un congreso de literatura celebrado en Rosario, el chileno Alberto Fuguet –escritor y periodista que en este 2010 publicó
Missing– participó de un
debate sobre la crónica, y se mostró a favor de armar a criterio propio las piezas de un relato periodístico para otorgarle un efecto más potente. En todo caso, planteó, lo que no se puede traicionar es la verdad de los hechos ni tampoco, por supuesto, traicionarse a uno mismo.
En tiempos en que la máxima del periodismo objetivo para haber quedado desterrada para siempre, debates de esta clase fomentan discusiones incómodas. Pero bienvenidas, por supuesto.