viernes, 25 de marzo de 2011

Volver al pasado con clase

Rock’n’roll Party
Jeff Beck
Warner Music (2011)

Hasta que la muerte decidió llevárselo consigo, en agosto de 2009, Les Paul se presentaba junto a su trío una vez por semana, religiosamente, en el Iridium Jazz Club de Nueva York. Aquellos shows eran una auténtica celebración, significaba disfrutar en vivo de una leyenda del rock y el jazz que había dado nombre a una de las guitarras más populares del mundo.

Como una forma de rendir homenaje, tanto al viejo Paul como a ese clima festivo, el guitarrista Jeff Beck decidió armar un show en el mismo club y con invitados de lujo. El resultado lleva por título Rock’n’roll Party y propone viejos clásicos que recrean con frescura y excelente criterio un periodo seminal de la música popular en general y el rock en particular.

El álbum arranca a puro rockabilly hasta llegar a Cry me a river, donde hace su ingreso triunfal la cantante Imelda May, que deslumbra con su voz sexy y refinada. Allí cambia completamente la temperatura del espectáculo, transformándose en algo que parece un número elegante de cabaret de la década de 1950.


El gran punto a favor es el mismo Beck, un anfitrión brillante. Aunque es un adicto a la Stratocaster, en Rock’n’roll Party deja en claro que se lleva muy bien con las guitarras de cuerpo gordo. Sus particulares pellizcos en las cuerdas suenan cristalinos (Vaya con Dios con un trémolo exquisito, Mockin Bird Hill con sus arpegios “muteados”), y sus juegos con la perilla del volumen también están presentes en instrumentales como Sleep Walk.

El respiro jazzy dura poco. Más adelante regresa la adrenalina del comienzo. La banda de acompañamiento suena rockera o reposada según la ocasión, porque sabe adaptarse a las circunstancias de cada invitado.

Así, el disco cuenta con varias perlas, como una aplaudida versión de Peter Gunn, el standart de Henry Mancini, o Twenty Flight Rock, que cuenta con la participación de Brian Setzer (Stray Cats), acaso el mejor representante actual del espíritu rockabilly.

Además del registro que nos ocupa, este concierto también fue filmado y televisado por PBS. Hasta la salida del DVD, vale la pena buscar algún video en YouTube. Incluso al verlo en el pequeño player de una pantalla dan ganas de haber estado ahí.


miércoles, 9 de febrero de 2011

El mejor amigo del hombre


El perro –vestido con un sweater azul a rombos, acompañado por un aperitivo y una picada– marca un número telefónico. Al oír el tono del contestador, se aclara la voz (sí, el perro) y de inmediato le reprocha a su dueño no haberlo llevado con él de vacaciones a Brasil. “¡¡Ojalá te calces profundo la zunga, puto!!”, le regaña y cuelga.

La publicidad del perro, impulsada por una marca de bebidas, pudo verse el año pasado por televisión. Era muy divertida, aunque no demasiado original. Al bucear un poco por la web nos encontramos con que la idea no es nueva: darle entidad humana a un perro fue unos de los hits de los últimos meses en YouTube. Videos amateurs que muestran a canes comiendo con cuchillo y tenedor, brindando un discurso o realizando ademanes de rapero son algunas de las acciones que se pueden encontrar.



El método es sencillo y la publicidad se encargó de reproducirlo de la misma forma: una persona se esconde detrás del animal y muestra los brazos de manera tal que parezca que éstos pertenecen al perro. El toque final consiste en colocarle alguna prenda (una gorra, remera o cualquier tipo de indumentaria) que sirva para incrementar el costado hilarante de la escena.



Nada nuevo hasta acá. Señalar que las agencias publicitarias están atentas a todo lo que tenga algo de hype (algo de inflado, bah) se ha convertido en un cliché. Tampoco es un secreto que sus creativos consumen asiduamente productos culturales, en sus más diversos formatos, a la hora de buscar inspiración.

Valga como ejemplo otra publicidad televisiva, que se emitió en el periodo del Rally del año pasado, donde se mostraba un experimento muy particular: algunos participantes debían permanecer en una habitación frente a una parrilla humeante y un vaso de fernet con Coca sin consumir nada. Si controlaban sus impulsos y conseguían tal proeza, el premio sería aún mayor.


Cualquiera medianamente entendido en las conductas humanas sabe que la pieza publicitaria era una copia del “Experimento del Malvavisco” de Walter Mischel, un psicólogo de la universidad de Stanford que se propuso observar las actitudes en los niños. La idea es la misma, sólo que en la versión local se la disfrazó de un colorcito cordobés simpático aunque un poco estereotipado.

Volviendo a los perros con personalidad humana, puede decirse que no tienen su punto de partida en los videos de aficionados, sino que su origen está emparentado con las pinturas de Cassius Marcellus Coolidge. Este artista plástico, con nombre de resonancia tarantinesca, es recordado por sus célebres partidas de póker con perros. Aquella serie de cuadros mostraba a los canes retratados en situaciones cotidianas propias de la burguesía de comienzos del siglo XX. Algo parecido al estilo de Luis Medrano, pero en un tono más aristocrático y surrealista.


Una característica fundamental en las pinturas de Coolidge es el cigarrillo o las pipas, que acompañan las actividades de estos perros de dos patas, humeando por sobre sus hocicos. ¿La razón? La famosa serie de cuadros fue en realidad a pedido de una agencia, que buscaba una nueva campaña para una marca de cigarrillos.

Así se tomen un vermut o jueguen una partida de cartas, estos perros dejan la sensación de que en la publicidad también existe algo así como una tradición, aunque acostumbremos a aplicar la idea sobre disciplinas mejor reputadas.

Publicado originalmente en Ciudad X N° 7 - Enero 2011

domingo, 26 de diciembre de 2010

La crónica después de las modas


Si en algunos círculos de la cultura local se menciona con menosprecio que la crónica está de moda es porque, de unos años a esta parte, ha sido uno de los géneros que más visibilidad tuvo dentro de la escurridiza literatura argentina. Lo que no queda del todo claro es si se trata de necesidades propias del mercado editorial o de una manifestación genuina. De cualquier manera, si ya en 2007 –cuando se editaron las antologías Crónicas filosas y La Argentina Crónica– se hablaba de desgaste, el tiempo se encargó de dejar en claro que el género todavía mantiene su ascenso, al margen de la variable calidad de las obras y, también, las modas.

Este año fue particularmente profuso en el terreno de la crónica. Por empezar, hay que señalar que dos prestigiosos premios tuvieron como ganadores a escritores argentinos. El rastro en los huesos, un relato sombrío a cargo de Leila Guerriero, fue elegido por la FNPI como el mejor en la categoría gráfica. Probablemente no sea lo mejor que ha escrito, pero el premio llega como un acto de justicia antes que un elogio a su prosa perfeccionista. Sucede que Guerriero editó el año pasado Frutos extraños (Aguilar), una recopilación de sus artículos que demostró que se está frente a una de las mejores cronistas de Latinoamérica.

El otro premiado fue Javier Sinay, periodista de diversas publicaciones de cultura joven, quien ganó el premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón por Sangre Joven (Tusquets), su primer libro de crónicas, en el que investiga seis casos policiales que involucran a menores.

Publicaciones
Dentro de la misma colección a la que pertenece Frutos extraños, este año se publicó Nuestro Vietnam, una selección de crónicas que Daniel Riera escribió en la última década. También allí se percibe una escritura atraída por la ficción, cuidada y estetizada, aunque lejos de la solemnidad. Por el contrario, Riera no esquiva el humor (es uno de los editores de Barcelona) ni temas a priori sensacionalistas, como la vida extraterrestre o la magia negra.

Otro cronista para remarcar en este 2010 es Cristian Alarcón, quien publicó el esperado Si me querés, quereme transa (Norma), su segundo libro, donde aborda la compleja red de narcotraficantes peruanos en las villas de Buenos Aires. Antes que periodístico, el trabajo prefiere sostenerse en un registro más cercano a la sociología. De hecho, el mismo Alarcón se encarga de subrayar que su objetivo fue tratar de comprender un fenómeno adentrándose en él, y no aportar datos a las fuerzas de seguridad.

También de trasfondo policial aunque con otras intenciones, El Ángel Negro (Aguilar), de Rodolfo Palacios, comprende una serie de exhaustivas entrevistas con el célebre asesino Carlos Eduardo Robledo Puch en la intimidad de la cárcel. En este caso, su relación con la crónica –y con cierta tradición del relato de no ficción– es el minucioso perfil psicológico que Palacios consigue escribir de la figura que aborda.

Hernán Iglesias Illia fue otro periodista que editó este año su libro de crónicas. Ya había ganado cuatro años atrás una beca para poder solventar la investigación que luego volcaría en Golden Boys (Planeta), acerca de los traders argentinos en Wall Street. En esta oportunidad, regresa con Miami, un retrato detallado (y bastante argentino) acerca de una de las ciudades más turísticas y curiosas de los Estados Unidos.



Apuestas independientes
En el mercado independiente también hubo movimiento. La pequeña aunque promisoria editorial Tamarisco lanzó en este 2010 su primer libro de no ficción, Apache: en busca de Carlos Tévez, de Sonia Budassi, que relata la singular travesía de la periodista para llegar al ídolo del Manchester City.

Eterna Cadencia, aunque en un registro desligado de lo puramente actual, salió al mercado de la crónica con dos libros que integran una colección más vasta. Se trata de ¡Arriba las manos!, una selección de crónicas policiales a cargo de Ariela Schnimajer, y Cosmópolis, recopilación de textos de carácter urbano, entre el registro realista y la óptica del flaneur, elegidos y prologados por Beatriz Colombi. Para cerrar el año, publicó Mapa Callejero. Crónicas sobre lo gay desde América Latina, seleccionadas por José Quiroga.

Finalmente, cabe resaltar el último trabajo publicado por Martín Caparrós, un cronista faro para toda la nueva generación de periodistas/escritores. A mediados del 2010, Anagrama publicó Contra el cambio, un alegato que se encarga de advertir algunas ambigüedades del llamado Calentamiento Global. Caparrós viaja a distintos puntos del globo que supuestamente se ven afectados por el cambio climático y desde allí establece sus argumentos, con una escritura que pivotea entre el conocimiento científico y la experiencia personal.

Aunque incompleto, el repaso anterior sirve para dar cuenta del vasto escenario en el que se encuentra la crónica periodística a nuestros días en el mercado editorial. En 2011 se podrá corroborar si la tendencia continúa hacia arriba o, por el contrario, sus manifestaciones empiezan a decrecer.

Armar la trama
La biografía del reportero Ryszard Kapuscinski, editada a comienzos de este año, disparó un intenso debate que tuvo a la crónica en el centro de atención. El polaco, de acuerdo al libro, habría reforzado con algo de imaginación ciertos pasajes de sus libros. Al enterarse de esto, no pocos personajes –algunos de ellos incluso rotulados como maestros de periodismo– saltaron al cuello del biógrafo: no podían comprender que revelara tal cosa, que Kapuscinski no haya sido completamente fiel a la realidad, como si aquello fuese posible.

Por otra parte, en las varias entrevistas que concedió en los últimos meses y también en sus columnas de opinión, Leila Guerriero defendió a capa y espada la idea de escribir únicamente sobre aquello que se ha vivido, experimentado, sin agregarle ninguna clase de condimento. De otra manera se estaría traicionando la naturaleza misma del género de la crónica periodística. Y también dejó en claro que no le interesa escribir ficción a secas, que la crónica puede tener igual potencia que un relato tradicional.

No todos los que pertenecen al imaginario gremio de los cronistas parecen estar de acuerdo con eso. Algunas semanas atrás, en un congreso de literatura celebrado en Rosario, el chileno Alberto Fuguet –escritor y periodista que en este 2010 publicó Missing– participó de un debate sobre la crónica, y se mostró a favor de armar a criterio propio las piezas de un relato periodístico para otorgarle un efecto más potente. En todo caso, planteó, lo que no se puede traicionar es la verdad de los hechos ni tampoco, por supuesto, traicionarse a uno mismo.

En tiempos en que la máxima del periodismo objetivo para haber quedado desterrada para siempre, debates de esta clase fomentan discusiones incómodas. Pero bienvenidas, por supuesto.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Permanecer, ese desafío


En los últimos días, los integrantes de INXS apuntaron sus dardos de promoción a nuestro país. Sí, INXS: una de las glorias pop de la década de 1980, los del aspecto demasiado rudo para la sintonía new romantic, aunque con un perfil hedonista que hacía difícil colocarles el mote de rockeros solemnes. INXS: los responsables de canciones como Suicide blonde o Never tear us apart, con suficiente rango expresivo para sonar en una FM dedicada al adulto contemporáneo y también en el punto álgido de una disco.

Hablamos del grupo que en 1997, cuando ya llevaba dos décadas sobre sus espaldas, debió padecer su mayor crisis a raíz de una desgracia: Michael Hutchence, hasta entonces su cantante, se suicidó ahorcándose en una habitación.

Siguieron momentos insoportablemente difíciles para la banda y los fans. Aunque las composiciones recaían en todos los integrantes, Hutchence era el gran imán para las audiencias, por su irradiación de energía y erotismo arriba de un escenario.



Pese a la pérdida y para superar el trance, el grupo decidió continuar con otro cantante. Así, durante los años siguientes, como las falsas cenicientas que se calzaban el zapato mágico, varios vocalistas se probaron el traje del ídolo. Pero duraban lo que dura la ilusión, apenas un par de conciertos.

En 2004, finalmente INXS anunció su jugada para reemplazar a Hutchence: un reality show donde probarían voces hasta encontrar al elegido. Al año siguiente anunciaron que el nuevo cantante era J.D. Fortune, un canadiense con quien grabaron el disco Switch a fines de 2005. Aun así, Fortune tuvo sus idas y vueltas. Cuando los rumores indican que ya no es parte de la banda, se lo ve al frente en los shows; y cuando el ambiente sugiere que está todo bien, INXS anuncia la salida de un disco con cantantes invitados.

Por suerte tenemos del otro lado de la línea a Kirk Pengilly, guitarrista de INXS y responsable del potente saxo en New Sensation, así que podemos saber de primera mano cómo están las cosas: “Hoy, el cantante oficial del grupo es J.D. Fortune”, asegura.

Una vez aclarado el punto, lo siguiente pasa por saber si la experiencia del reality les ha dejado algún sentimiento negativo, si visto con distancia hay algo de lo que se arrepienten. “Para nada, estuvo buenísimo –asegura–. Por supuesto, fue algo diferente a los estábamos acostumbrados y tuvo su cuota de riesgo. Sin embargo, el saldo es positivo, encontramos a un performer increíble como lo es J.D. Fortune, así que creo que hicimos bien.”

Revisita a los clásicos
Aunque se lo percibe de buen humor y dispuesto a charlar de varios temas, Pengilly prefiere esquivar los espinosos con una gimnasia bien entrenada. Su plan es promocionar un nuevo grandes éxitos de INXS, que lleva por título Platinum. “Al recuperar los derechos de las canciones, ya que nuestro contrato con Universal terminó hace tres años, tuvimos que decidir en qué compañía las íbamos a relanzar. Fue a partir de allí que retomamos el contacto con Chris Murphy, nuestro manager original. Chris trabajó con nosotros de 1980 a 1995. Él tiene un sello y le consultamos si estaba interesado en editar nuestros trabajos, lo que aceptó. El greatest hits no estuvo disponible por tres años, y ahora lo relanzamos con el título Platinum porque está hecho con canciones de discos que fueron platino”, explica Kirk.

El próximo álbum de INXS 
–prácticamente terminado– será una nueva selección de clásicos del grupo, aunque en esta oportunidad con todas las canciones regrabadas y la participación de varios invitados de peso en el rol de cantante, como Ben Harper y Brandon Flowers. Entre ellos también está Déborah de Corral, que le pondrá su voz a New sensation. Pengilly explica cómo dieron con ella: “Queríamos vocalistas sudamericanos, y apareció Déborah. Tan pronto como la contactamos, empezamos a buscar cosas de ella en YouTube, es genial. Entiendo que ella ha grabado su propio disco, que seguramente va a estar bueno”.

Más tarde se le hace notar que pese a tener una firme carrera en la música, por estos lados Déborah es más conocida por su faceta de conductora o modelo antes que cantante. El violero ya lo sabía: “Sí, lo cual está bueno, ¿no? Siempre es positivo ser un buen músico y a la vez verse bien”.

–Supongo que la experiencia de regrabar esos clásicos no fue fácil.
–No tanto. Grabamos las canciones antes de invitar a los cantantes. De esa forma, una vez que llegaban ellos, ya estábamos aceitados. Trabajamos de antemano.

–Me refiero a la idea de reemplazar a Michael en esas canciones.
–Bueno, no es tan así. Al comienzo fue difícil, por supuesto. Pero ya pasaron varios años de su partida, hemos hecho muchos shows desde entonces y grabamos algunos discos, incluso con temas inéditos. Siempre pensamos en él, claro, lo recordamos. Pero no tuvimos dramas con eso.

–¿Qué sentís cuando artistas de hip hop o djs samplean las canciones de INXS?
–Está bueno ese crossover. Es bueno para nosotros, porque de esa forma nuestras canciones le llegan a un público que no conocía la banda o que probablemente no nos haya prestado atención antes. El otro día escuché un tema por la radio en el que usaban el riff de Need you tonight. La versión era bastante cool.



–¿Tienen pensado venir a Argentina para promocionar el disco?
–Seguro, queremos ir a Latinoamérica en otoño próximo.

–¿El otoño argentino?
–Compartimos hemisferio, man. Recordá que somos de Australia.


Publicado originalmente en VOS

viernes, 5 de noviembre de 2010

“Hay que empujar los límites”


Por más pergaminos que uno exhiba, no debe ser nada fácil destacarse en un grupo al que pertenece un compositor talentoso, sensible y oscuro (Martin L. Gore) y uno de los mejores y más problemáticos cantantes del tecnopop (Dave Gahan). Así de difícil la tuvo Alan Wilder cuando fue parte de Depeche Mode, entre 1983 y 1995. Cansado de los dramas internos de la banda y la falta de reconocimiento a sus aportes en la producción, Wilder pegó el portazo después de afrontar la recordada gira Devotional y volvió a poner en marcha Recoil, su proyecto paralelo abocado a la experimentación.

Luego de 15 años y varios discos editados, Wilder decidió que era hora de armar una gira ambiciosa con Recoil y de esa forma lograr dos objetivos: mostrar su trabajo y que los fans de Depeche Mode puedan verlo actuar en vivo y en directo.

Por esas cosas del destino, a último momento nuestra Córdoba entró en el mapa de esa gira, después de las presentaciones en Buenos Aires y Rosario.

Alan Wilder aceptó intercambiar algunos correos electrónicos para brindar detalles de su presentación. Y no esquivó las cuestiones relacionadas a ese paquidermo conocido como Depeche Mode.

—¿Cuál fue la razón principal para que vuelvas a los shows? ¿Extrañabas tocar en vivo? ¿Querías mostrar tu música más personal?
—Son varias las razones. Este año se cumplen 25 años desde que comencé con Recoil y tengo mucho material a mi disposición, entre viejos y nuevos remixes. Además, ahora puedo utilizar cámaras de video, algo que para mí es obligatorio en cualquier perfomance de este proyecto. Con la llegada de cámaras HD portátiles y accesibles económicamente, al igual que software para la edición, hacer películas se ha vuelto una posibilidad concreta. He trabajado con cuatro directores diferentes, utilizando un mismo servidor en el que se puede ir subiendo el material. Sin una banda o un cantante, las imágenes se convierten en el foco visual más importante. He echado mano a todo, organización, logística, etcétera. Me ha dado mucho trabajo, pero fue divertido.

—Recoil parece más enfocado hacia los paisajes sonoros que hacia las canciones.
—Cuando creé el proyecto, no tenía en mente más que hacer música entre medio del tiempo que me dejaba Depeche Mode. Tenía claro que quería hacer algo diferente a lo que hacía en la banda. En otras palabras, música experimental. Estaba interesado en las técnicas del sampleo y en usar loops, algo que se puede apreciar en los primeros trabajos de Recoil. No eran sonidos que utilizaba en Depeche. Quería ver qué efectos producía reestructurar secciones de música en contextos completamente distintos, y así crear piezas con atmósferas poco usuales, que llevarían más tiempo de desarrollo. Recoil no ha cambiado mucho desde entonces, sólo que ahora las ideas y los arreglos son un poco más complejos.

—¿Cómo está armado el show?
—Las presentaciones de Recoil son una instalación artística antes que el show de una banda en vivo. Paul (Kendall) y yo extendemos lo que hacemos en el estudio hacia el vivo, agregando algunas partes extra y efectos espontáneos. La música contiene partes de muchos remixes y versiones alternativas combinadas. De esa forma, se reconoce el sonido de Recoil pero no suena como en los discos. Además, la presentación va atada a las proyecciones de imágenes.


—Muchos te señalan como el verdadero artífice del sonido de Depeche Mode en sus discos más populares, como Music for the Masses o Violator. ¿Estás de acuerdo? ¿Cuál fue tu aporte a la construcción de ese mito?
—No me corresponde a mí responder eso, sólo espero que reconozcan mi contribución en los discos que hicimos en la etapa que va del 83 al 93. Quise llevar el sonido hacia un área más seria y oscura, que fuera más allá del pop liviano de los primeros discos. Creo que mis habilidades principales están presentes en la parte de orquestación y estructura, creando paisajes y atmósferas.

—En tiempos en los que cualquiera se jacta de grabar un álbum o ser dj, ¿cómo ves el panorama para el futuro?
—Nada cambia mucho si por detrás no hay buenas ideas. La disponibilidad de laptops y software da acceso a muchas herramientas buenas, pero si son usadas de forma pobre, el resultado es apagado y repetitivo en general. Pero esto que te digo no es nada nuevo. Siempre existió la puja entre la música interesante y la música aburrida. Uno siempre tiene que aplicar el pensamiento lateral, algo de conocimiento musical y, sobre todo, empujar los límites un poco más allá de lo que viene predeterminado de fábrica.

—¿Extrañás las audiencias multitudinarias o preferís las actuaciones con público reducido?
—Con Recoil siempre disfruté de estar cerca del público, para poder ver las reacciones de la gente. Con Depeche Mode, en cambio, me sentía por momentos ausente, envuelto en una producción gigantesa que parecía funcionar sola. De cualquier forma, disfruté de aquellos shows. ¿Quién no pensaría lo mismo tocando frente al poder de tamaña cantidad de gente?

—¿Cuáles dirías que fueron tus mejores y peores momentos como miembro de Depeche Mode?
—Disfruté de esos años en su mayor parte. Mi participación en el grupo me permitió la libertad de satisfacer mis necesidades sin demasiadas restricciones, de trabajar con diversos talentos que venían de ángulos musicales completamente distintos, sin tener que dedicarme a otros compromisos en el medio. Y por supuesto, tocar para grandes audiencias, viajar por el mundo y pasarla bien. Supongo que fui un tipo con suerte en ese sentido. Mis peores momentos están relacionados a situaciones en el estudio de grabación. Por momentos había falta de visión. Siempre sentí que como banda íbamos a lo seguro, que pudimos haber avanzado, pero el aletargamiento era un enemigo grande. Contra toda lógica, hicimos nuestros mejores discos bajo mucha presión y en circunstancias adversas, no la pasamos bien. Eran momentos tensos, no había demasiado entusiasmo. En la grabación de Songs of Faith & Devotion decidí que no quería volver a hacer discos de esa forma.

—¿Ya limaron sus asperezas? ¿Estás en contacto con alguno de los Depeche Mode?
—Sí, este año nos vimos bastante. En febrero participé de un concierto de ellos en Londres. Más recientemente, Martin ofició de dj en una presentación de Recoil en Santa Anta; Daniel Miller también participó de algunos de mis shows a comienzos de este año. Y esta noche (por el lunes) me junto con Dave en Nueva York.

Una entrevista con Alan Wilder, publicada originalmente en VOS

sábado, 2 de octubre de 2010

Evitar el riesgo

Guitar Heaven
Carlos Santana
Sony 2010

Si se analiza la carrera de Santana tomando la porción que va del exitoso Supernatural (1999) a Guitar Heaven, sólo nos queda pensar que de aquel guitarrista que firmó gemas como Samba pa ti o Soul sacrifice apenas hay un hermoso recuerdo.

Con sus tres álbumes de colaboraciones, el mejicano se puso al servicio de tantos estilos que enumerarlos a todos resultaría exhaustivo. Sólo vamos a remitirnos a sus coqueteos con el neosoul, el hip hop y cierta línea de pop latino que hizo que Santana fuera reconocido por toda una nueva camada de público, primordialmente joven, que apenas conocía su nombre por haberlo visto escrito en la portada de algún vinilo de sus papás.

Es bueno advertirlo de entrada: el nuevo trabajo de Santana, una selección de clásicos del rock con cantantes invitados, tiene bastante poco de aquello que lo convirtió en una leyenda de la guitarra, cuando ensambló el blues y el jazz con la cadencia de los ritmos latinoamericanos, allá en los cada vez más lejanos sesentas.

Guitar Heaven es un disco disfrutable, como todo álbum de versiones en el que su hacedor se puede dar el lujo de invitar a quien le plazca. Lo mismo que hizo Slash, por ejemplo, sólo que en el caso de Santana no aparece el riesgo de firmar canciones propias.

El disco arranca con una versión rabiosa de Whole lotta love (Led Zeppelin) con Chris Cornell (Soundgarden) de invitado, acaso la mejor voz del rock actual. Le sigue Can’t you hear me knocking, de los Rolling Stones, con la participación de Scott Weiland, y el resultado es igual de satisfactorio.



Otro punto alto del álbum es Riders on the Storm, en clave de rumba, que cuenta con los teclados de Ray Manzarek (miembro fundador de The Doors) y la voz de Chester Bennington, el rubio de Linkin Park, mientras la guitarra de Santana contrapuntea sus fraseos.

Otras versiones están bien logradas, como While my guitar gently weeps (junto al melancólico cello de Yo-Yo Ma y la voz de India.Arie) o Little Wing (genial Joe Coker, como siempre), pero son canciones que tienen tantas adaptaciones que ya podrían ser consideradas standarts de jazz.

Sunshine of your love se transforma en hit radial con el aporte de Rob Thomas (el mismo de Smooth), pero incluir el tema de Cream no es una decisión muy feliz si tenemos en cuenta que la misma canción aparece en Valleys of Neptune, también editado este año, en una adaptación mucho más vital y sanguínea. El detalle es que Hendrix la grabó hace 40 años.

Convertir a Back in Black en base para que NAS se luzca como MC tampoco es demasiado novedoso (Eminem ya había rapeado sobre esos tres acordes en 1999) y Photograph, un clásico de Def Leppard, suena ochentoso incluso hoy.

En definitiva, Guitar Heaven es un disco que va a lo seguro. No tiene genialidades ni grandes deslices. La guitarra del mejicano suena filosa y brillante, algo que sus incondicionales van a saber disfrutar. Seguramente se convertirá en Platino y le valdrá nuevos premios, lo que revalidará su estampa de leyenda de las seis cuerdas. “Guitarra, vas a facturar”, pensará algún cínico. Pero Santana es un hombre de buen corazón y no da para pensar que sacrificó su alma al negocio.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Cronista de dos mundos

Nuestro Vietnam y otras crónicas
Aguilar
344 páginas
$ 65

Evangelios y apócrifos
Libros del náufrago
176 páginas
$ 35

Es la tarde del 2 de febrero de 2005 y las últimas luces del día se esconden detrás de las montañas serranas. En el predio hay más de 25 mil personas que miran con fastidio un escenario vacío, a estrenar por Charly García, el astro que lo bautizará y por el que todos han venido hasta la Comuna de San Roque. Pero Charly no llega y no lo hará hasta bien entrada la madrugada, porque tiene activado el modo say no more.

Entre medio de esas horas tensas y aceleradas que separararon la espera de la corporización de García en aquel Cosquín Rock, Daniel Riera fue parte de la comitiva que acompañó al músico, y posteriormente narró aquella experiencia alucinada. El resultado lleva por título “De gira con Charly” y es una de las crónicas que integran Nuestro Vietnam, reciente antología del periodista, escritor y uno de los editores de Barcelona. “La idea era seguir la caravana de Charly”, dice Riera para justificar una prosa sin comas, mucho más vertiginosa que aquella que Víctor Pintos redactó a instancias de José Palazzo para el libro del festival, que cuenta la misma anécdota.

Aunque contenga perfiles tan diferentes como el de Alanis Morissette y Jean Carlos, el corpus de Nuestro Vietnam no se limita a retratar estrellas. Riera también aborda las consecuencias de la dictadura argentina –desde los suicidios de los ex combatientes de Malvinas hasta el destino de Héctor Germán Oesterheld– y los posteriores años en democracia, o las pasiones nacionales, sean públicas (fútbol, política) u ocultas (magia negra, sadomasoquismo).
–De unos años a esta parte, las crónicas extensas casi han desaparecido de los medios gráficos nacionales. ¿El libro es la mejor opción para publicarlas?
–Es un costo muy grande hacer crónicas sólo para un libro, no sé si pensarlo directamente como única opción. La industria de los medios gráficos tiene un doble discurso. Queda muy bien elogiar a la crónica, muy pocos editores van a decirte que la detestan. Se llenan la boca diciendo que son lo mejor que hay, que al periodismo le viene bien, pero te pagan precios ridículos para hacerla. Y ahí te das cuenta que hay una ecuación que no sirve, existe una diferencia entre el discurso y la realidad.

Una de las unidades del libro incluye artículos acerca de brujos, sádicos o dobles de famosos, una galería de personajes bizarros que se titula “Terrestres extra”, suerte de lado B de la realidad que percibimos a diario. “A diferencia de temas como la democracia, que todavía trabaja sobre deudas pendientes, ese apartado tiene una intención lúdica –explica Riera–. Son las crónicas menos duras y oscuras, es una zona que responde a obsesiones personales”.

En relación al precio personal que paga el cronista al realizar artículos de esta clase, Riera sostiene que nunca se sale igual después de escribir sobre un tema al que se le ha dedicado tanto tiempo y energía. Un ejemplo claro de esto lo representa su pasión por la ventriloquia, oficio que conoció a raíz de una crónica en la que escribió sobre el Círculo de Ventrílocuos de Buenos Aires. “Además de periodista, uno es un ser humano, necesita comprender el foco de las cosas. Son realidades que te modifican como persona”, reflexiona y nombra a Paco y Oliverio, el espectáculo que lo tiene como ventrílocuo. Admite que ha progresado bastante en ese terreno: “Mi maestro de ventriloquia me dijo hace poco: ‘Te felicito porque lograste un desdoblamiento notable’. Yo pensé: ¿Me tengo que alegrar o me estaré volviendo loco?”.

Desestructurado
Suele haber cierto recelo mutuo entre periodistas de sensibilidad literaria y escritores de ficción. Conocedor de ambos campos, Juan Villoro declaró en una oportunidad que “los escritores y periodistas, al igual que los solteros y los casados, se envidian por razones que son tristemente imaginarias”.

Daniel Riera también escribe sobre aquello que no tiene anclaje directo en la realidad. “No todos los escritores le ponen la misma onda a la prosa periodística, algunos lo consideran como ganapán y lo hacen de taco para sacarse notas de encima. Lo hacen con normas básicas y se jactan de eso. Consideran que su imaginación es algo sagrado y la realidad es una especie de porquería para ser narrada. Es un problema de ellos”, plantea.

Evangelios y apócrifos es un extraño ejercicio narrativo. De a ratos, el argumento se sostiene a través de diálogos delirantes entre algunos de los personajes. Hay un periodista enfermo que busca a Cristos falsos para escribir un libro sobre ellos, un bibliotecario taciturno que desconfía del pasado de su mujer, un desconocido que interrumpe el relato cada tanto. Una idea esbozada en un momento puede adquirir la fuerza central del relato, como si el narrador intuyera que el lector quiere hacer click sobre alguna de las historias.

–El narrador de la novela está obsesionado con la estructura: determinada cantidad de capítulos con determinada cantidad de caracteres. ¿Es una parodia a ciertos escritores perfeccionistas?
–Es un juego. Se plantea una especie de corsé muy menor: equis cantidad de capítulos, equis cantidad de caracteres, casi como una nota periodística. Más allá de eso, la estructura de la novela es muy libre, para nada conservadora, porque no hay una única forma de narrar. Para algunos críticos, una novela es algo que tiene necesariamente introducción-nudo-desenlace. Lucrecia Martel declaró una vez que nada en la vida funciona así, sino que es una especie de árbol que va creciendo por todos lados, una forma de cuestionar esa forma tradicional de narrar.

–Yo lo relacioné con la lógica del hipertexto.
–No lo había pensado así, pero es una manera válida de pensarlo. La novela ha tenido buena recepción, aunque algunas reseñas criticaron la estructura. Y este es un país en el que la experimentación con la narrativa no ha faltado. Tenés autores como Lamborghini, Aira o Viñas, que han hecho cosas experimentalísimas. Cuerpo a cuerpo es una novela increíble donde Viñas se pregunta cómo narrar la dictadura, es la novela menos figurativa del mundo. Trabaja con la aspereza, el desmembramiento. Creo que algunos de los escritores de mi generación laburan en una dirección similar, inconscientemente. Cuando leí Los topos de Félix Bruzzone me entusiasmó mucho, sentí un espíritu de época compartido.

Publicado originalmente en VOS