lunes, 4 de julio de 2011

El fin, hermoso amigo


La efeméride obliga el repaso: se cumplen 40 años de la desaparición física de Jim Morrison, una muerte misteriosa nunca esclarecida del todo y motivo de constantes teorías especulativas. Tenía 27 años, edad en la que también murieron otros íconos rockeros como Hendrix y Joplin. El 3 de julio de 1971, el cantante del grupo The Doors fue hallado sin vida en la bañera de su departamento de París a raíz de un presunto paro cardíaco, aunque nunca se le realizó una autopsia. A partir de allí, la leyenda.

La figura de Morrison (su aspecto desaliñado pero sumamente atractivo, su energía sobre un escenario, el trágico final) no sólo fue un signo de sus tiempos, los afiebrados años '60, sino además una imagen clave en el imaginario rockero de las décadas posteriores. Imagen rescatada por el director Oliver Stone en 1991 en el clásico filme The Doors, donde Val Kilmer ofrece una interpretación brillante del artista maldito, aunque muy criticada por personas cercanas a Morrison.







Y si le cabe el rótulo de maldito al legendario cantante, adjetivo que en los últimos tiempos se atribuye con demasiada liviandad, fue por su cruzada artística, llena de lecturas, psicodelia y experimentación, en conjunto con una manifiesta vocación de escándalo. La música de The Doors (nombre inspirado en un libro de Aldous Huxley, quien a su vez lo tomó de un verso de William Blake) representa un rock primitivo pero sumamente vital, con letras poéticas e instrumentación libre, en ocasiones acompañadas por largos pasajes instrumentales, una música que hoy escasea en los catálogos de los grandes sellos. Para más detalles, es indispensable escuchar su álbum debut, de 1967, un clásico irrefutable tanto para fans como críticos. Un dato curioso, aunque fundamental, es que el máximo éxito del grupo, Light my fire, fue compuesto por Robby Krieger, el guitarrista de la banda.

Si bien dos de sus integrantes originales, el tecladista Ray Manzarek y el mismo Krieger, continúan realizando giras bajo nombres ingeniosos, suplantar a ese barítono fabuloso ha sido una tarea imposible.

A cuatro décadas de su deceso, el legado continúa en forma expansiva y macabra: la lápida de Morrison es atracción turística del Cementerio Père-Lachaise, en París. Como expresa la canción The end, el fin es su hermoso amigo.

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