miércoles, 12 de junio de 2013

Para el mejor lector del mundo

No le acerquen grabadores a Daniel Salzano. Le generan una especie de alergia, no los quiere en su radio de acción. Ahora hay uno apoyado en el escritorio de su oficina y lo observa como a un insecto, con una mezcla de desprecio y desconfianza. “La entrevista es un género espléndido, maravilloso, pero hay que eliminar intermediarios”, dice, y señala al intruso en su mesa de trabajo. Cuando se le intenta explicar algunas de las ventajas que supone grabar una conversación, Salzano inclina la cabeza a un lado, coloca el dedo índice sobre su sien derecha y le dedica al interlocutor su mejor mirada Clint Eastwood: ojos entrecerrados, gesto serio y fulminante.

lunes, 11 de marzo de 2013

Al ritmo de dos planetas

Imaginemos a un Fernando Caballero de unos 12, 13 años, que junta las monedas de donde puede y espera a que llegue el sábado por la mañana para poder ir a la disquería Eco, o Edén, y llevarse algún disco de Pink Floyd, The Power Station o Charly García, y de ahí pegar la vuelta al barrio, al hogar, a la pieza tapizada con los ídolos, y apoyar la púa en el vinilo nuevito y quedarse escuchando la música por horas, en un estado de fascinación y descubrimiento.

Ahora lo imaginemos a sus 22, como integrante de la Orquesta Juvenil de Córdoba dirigida por el maestro Carlos Giraudo, al comienzo de un ensayo atípico, en el que van a interpretar algunas canciones de Luis Alberto Spinetta, el gran ídolo de Caballero, arregladas especialmente para acompañar al astro del rock en una presentación para el programa Telemanías. “El ‘Payo’ reparte las partituras a los músicos y me doy con que no había partes de percusión. Me quería morir”, recuerda quien entonces era el timbal solista de la orquesta. “Así que lo agarré en el intervalo y le dije: ‘Maestro, cómo no va a escribir algo para mí, yo quiero tocar con el Flaco’. Me respondió que no se justificaba la presencia de percusión, pero insistí. ‘Maestro, usted tiene que hacer algo. No me deje afuera, por favor’. Así que al otro día le incorporó a la partitura platillos, gongs… Un maestro, de verdad”.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Una reinvención del pop

Sobre “El día de la lenteja”, de Fran Saglietti e Iván Pierotti

Algunas semanas atrás, la revista Scientific Reports publicó los resultados de una investigación con resultado alarmante: la música popular es cada día menos original. El grupo a cargo del estudio analizó muchísimas canciones (cerca de medio millón) y concluyó que las armonías se repiten con frecuencia, las melodías no muestran demasiada variación entre sí y los instrumentos que se usan para grabar son casi siempre los mismos, de allí que el sonido general sea tan parecido en los discos de hoy. El actual panorama de la música popular es bien conocido por artistas y melómanos, pero siempre se necesita un aval científico, algo con cierta materialización y argumentación objetiva, para poner el grito en el cielo y darle a la situación un carácter oficial.

viernes, 13 de julio de 2012

“He cultivado el goce de tal manera que no muriera”

José Emilio Burucúa tuvo un paso fugaz por Córdoba a mediados de abril. Viajó a nuestra ciudad para ofrecer una charla magistral como apertura del Programa Anual de Historia del Arte 2012, que impulsa el Museo de Bellas Artes Evita. En su conferencia, el ensayista e historiador abordó un tema complejo y fascinante: el uso de la silueta repetida en las artes plásticas para dar cuenta de masacres contemporáneas. Y a partir de ese punto, establecer una posible relación con los desaparecidos en Argentina. Pero para desarrollar plenamente su idea, Burucúa retrocede hasta la historia antigua, deteniéndose allí donde encuentra una noción de desaparecido, seres cuyas existencias han quedado suspendidas a la espera de un cierre. “Es una especie de work in progress –apunta–. Faltan demostrar algunas hipótesis para verificar lo que comenzó siendo una intuición”.

lunes, 4 de julio de 2011

El fin, hermoso amigo


La efeméride obliga el repaso: se cumplen 40 años de la desaparición física de Jim Morrison, una muerte misteriosa nunca esclarecida del todo y motivo de constantes teorías especulativas. Tenía 27 años, edad en la que también murieron otros íconos rockeros como Hendrix y Joplin. El 3 de julio de 1971, el cantante del grupo The Doors fue hallado sin vida en la bañera de su departamento de París a raíz de un presunto paro cardíaco, aunque nunca se le realizó una autopsia. A partir de allí, la leyenda.

La figura de Morrison (su aspecto desaliñado pero sumamente atractivo, su energía sobre un escenario, el trágico final) no sólo fue un signo de sus tiempos, los afiebrados años '60, sino además una imagen clave en el imaginario rockero de las décadas posteriores. Imagen rescatada por el director Oliver Stone en 1991 en el clásico filme The Doors, donde Val Kilmer ofrece una interpretación brillante del artista maldito, aunque muy criticada por personas cercanas a Morrison.







Y si le cabe el rótulo de maldito al legendario cantante, adjetivo que en los últimos tiempos se atribuye con demasiada liviandad, fue por su cruzada artística, llena de lecturas, psicodelia y experimentación, en conjunto con una manifiesta vocación de escándalo. La música de The Doors (nombre inspirado en un libro de Aldous Huxley, quien a su vez lo tomó de un verso de William Blake) representa un rock primitivo pero sumamente vital, con letras poéticas e instrumentación libre, en ocasiones acompañadas por largos pasajes instrumentales, una música que hoy escasea en los catálogos de los grandes sellos. Para más detalles, es indispensable escuchar su álbum debut, de 1967, un clásico irrefutable tanto para fans como críticos. Un dato curioso, aunque fundamental, es que el máximo éxito del grupo, Light my fire, fue compuesto por Robby Krieger, el guitarrista de la banda.

Si bien dos de sus integrantes originales, el tecladista Ray Manzarek y el mismo Krieger, continúan realizando giras bajo nombres ingeniosos, suplantar a ese barítono fabuloso ha sido una tarea imposible.

A cuatro décadas de su deceso, el legado continúa en forma expansiva y macabra: la lápida de Morrison es atracción turística del Cementerio Père-Lachaise, en París. Como expresa la canción The end, el fin es su hermoso amigo.

lunes, 23 de mayo de 2011

El blues del doctor sensible

Let them talk
Hugh Laurie
Warner (2011)


Qué buen momento está pasando el blues anglosajón. El año pasado vieron la luz dos obras maestras muy diferentes como Clapton, en el que el guitarrista británico ofrece una preciosa sesión de clásicos, y Mojo, de Tom Petty & The Heartbreakers, que dejó claro que las escalas pentatónicas y el rock todavía tienen cosas para decirse. En un escenario menos masivo, los comienzos del 2011 mostraron cómo el incansable Gregg Allman se reinventaba con Low country blues, otro álbum de versiones producido por T-Bone Burnet, nombre clave en esta situación de bonanza para el género del delta.

¿Se puede incluir en la lista a Let them talk, el disco de blues que el actor Hugh Laurie (House) lanzó en su pico de popularidad? La respuesta no debería tardar en llegar al escucharlo. Acaso el éxito de la serie haya empujado a Laurie a darse finalmente el gusto, pero no hay dudas de que se está frente a un gran trabajo, grabado al detalle y con criterio a la hora de elegir un repertorio tradicional.



Laurie se preparó para esta grabación durante años, devorando a grandes bocados a muchos de los mejores guitarristas y pianistas de blues, desde las grabaciones legendarias de Robert Johnson hasta los discos de Dr. John, quien colabora en la sublime After you’re gone. Pero hay otras perlas, como la relectura de Police dog blues (una clase magistral de guitarra acústica), o Winnin’ boy blues y la misma Let them talk, si lo que se busca es un costado más reposado.

El grupo de acompañamiento es sólido y numeroso, pero el productor Joe Henry se encarga de no sobrecargar, sobre todo cuando suenan juntos los diversos instrumentos de cuerda, como el ensamble entre el lap steel y la mandolina.


Falta remarcar la gran incógnita del disco, que es la voz de Laurie. Y no defrauda: es expresiva, y su elegancia british no lo hace resignar pasión ni se deja llevar por los tics del estilo. ¿Pruebas? Darle play a Buddy Bolden’s blues. La compañía puede ser una medida de whisky o el té de las 5; eso no importa, porque el gusto lo pone el gran Hugh.

Publicado originalmente en VOS