lunes, 11 de marzo de 2013

Al ritmo de dos planetas

Imaginemos a un Fernando Caballero de unos 12, 13 años, que junta las monedas de donde puede y espera a que llegue el sábado por la mañana para poder ir a la disquería Eco, o Edén, y llevarse algún disco de Pink Floyd, The Power Station o Charly García, y de ahí pegar la vuelta al barrio, al hogar, a la pieza tapizada con los ídolos, y apoyar la púa en el vinilo nuevito y quedarse escuchando la música por horas, en un estado de fascinación y descubrimiento.

Ahora lo imaginemos a sus 22, como integrante de la Orquesta Juvenil de Córdoba dirigida por el maestro Carlos Giraudo, al comienzo de un ensayo atípico, en el que van a interpretar algunas canciones de Luis Alberto Spinetta, el gran ídolo de Caballero, arregladas especialmente para acompañar al astro del rock en una presentación para el programa Telemanías. “El ‘Payo’ reparte las partituras a los músicos y me doy con que no había partes de percusión. Me quería morir”, recuerda quien entonces era el timbal solista de la orquesta. “Así que lo agarré en el intervalo y le dije: ‘Maestro, cómo no va a escribir algo para mí, yo quiero tocar con el Flaco’. Me respondió que no se justificaba la presencia de percusión, pero insistí. ‘Maestro, usted tiene que hacer algo. No me deje afuera, por favor’. Así que al otro día le incorporó a la partitura platillos, gongs… Un maestro, de verdad”.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Una reinvención del pop

Sobre “El día de la lenteja”, de Fran Saglietti e Iván Pierotti

Algunas semanas atrás, la revista Scientific Reports publicó los resultados de una investigación con resultado alarmante: la música popular es cada día menos original. El grupo a cargo del estudio analizó muchísimas canciones (cerca de medio millón) y concluyó que las armonías se repiten con frecuencia, las melodías no muestran demasiada variación entre sí y los instrumentos que se usan para grabar son casi siempre los mismos, de allí que el sonido general sea tan parecido en los discos de hoy. El actual panorama de la música popular es bien conocido por artistas y melómanos, pero siempre se necesita un aval científico, algo con cierta materialización y argumentación objetiva, para poner el grito en el cielo y darle a la situación un carácter oficial.

viernes, 13 de julio de 2012

“He cultivado el goce de tal manera que no muriera”

José Emilio Burucúa tuvo un paso fugaz por Córdoba a mediados de abril. Viajó a nuestra ciudad para ofrecer una charla magistral como apertura del Programa Anual de Historia del Arte 2012, que impulsa el Museo de Bellas Artes Evita. En su conferencia, el ensayista e historiador abordó un tema complejo y fascinante: el uso de la silueta repetida en las artes plásticas para dar cuenta de masacres contemporáneas. Y a partir de ese punto, establecer una posible relación con los desaparecidos en Argentina. Pero para desarrollar plenamente su idea, Burucúa retrocede hasta la historia antigua, deteniéndose allí donde encuentra una noción de desaparecido, seres cuyas existencias han quedado suspendidas a la espera de un cierre. “Es una especie de work in progress –apunta–. Faltan demostrar algunas hipótesis para verificar lo que comenzó siendo una intuición”.

lunes, 4 de julio de 2011

El fin, hermoso amigo


La efeméride obliga el repaso: se cumplen 40 años de la desaparición física de Jim Morrison, una muerte misteriosa nunca esclarecida del todo y motivo de constantes teorías especulativas. Tenía 27 años, edad en la que también murieron otros íconos rockeros como Hendrix y Joplin. El 3 de julio de 1971, el cantante del grupo The Doors fue hallado sin vida en la bañera de su departamento de París a raíz de un presunto paro cardíaco, aunque nunca se le realizó una autopsia. A partir de allí, la leyenda.

La figura de Morrison (su aspecto desaliñado pero sumamente atractivo, su energía sobre un escenario, el trágico final) no sólo fue un signo de sus tiempos, los afiebrados años '60, sino además una imagen clave en el imaginario rockero de las décadas posteriores. Imagen rescatada por el director Oliver Stone en 1991 en el clásico filme The Doors, donde Val Kilmer ofrece una interpretación brillante del artista maldito, aunque muy criticada por personas cercanas a Morrison.







Y si le cabe el rótulo de maldito al legendario cantante, adjetivo que en los últimos tiempos se atribuye con demasiada liviandad, fue por su cruzada artística, llena de lecturas, psicodelia y experimentación, en conjunto con una manifiesta vocación de escándalo. La música de The Doors (nombre inspirado en un libro de Aldous Huxley, quien a su vez lo tomó de un verso de William Blake) representa un rock primitivo pero sumamente vital, con letras poéticas e instrumentación libre, en ocasiones acompañadas por largos pasajes instrumentales, una música que hoy escasea en los catálogos de los grandes sellos. Para más detalles, es indispensable escuchar su álbum debut, de 1967, un clásico irrefutable tanto para fans como críticos. Un dato curioso, aunque fundamental, es que el máximo éxito del grupo, Light my fire, fue compuesto por Robby Krieger, el guitarrista de la banda.

Si bien dos de sus integrantes originales, el tecladista Ray Manzarek y el mismo Krieger, continúan realizando giras bajo nombres ingeniosos, suplantar a ese barítono fabuloso ha sido una tarea imposible.

A cuatro décadas de su deceso, el legado continúa en forma expansiva y macabra: la lápida de Morrison es atracción turística del Cementerio Père-Lachaise, en París. Como expresa la canción The end, el fin es su hermoso amigo.

lunes, 23 de mayo de 2011

El blues del doctor sensible

Let them talk
Hugh Laurie
Warner (2011)


Qué buen momento está pasando el blues anglosajón. El año pasado vieron la luz dos obras maestras muy diferentes como Clapton, en el que el guitarrista británico ofrece una preciosa sesión de clásicos, y Mojo, de Tom Petty & The Heartbreakers, que dejó claro que las escalas pentatónicas y el rock todavía tienen cosas para decirse. En un escenario menos masivo, los comienzos del 2011 mostraron cómo el incansable Gregg Allman se reinventaba con Low country blues, otro álbum de versiones producido por T-Bone Burnet, nombre clave en esta situación de bonanza para el género del delta.

¿Se puede incluir en la lista a Let them talk, el disco de blues que el actor Hugh Laurie (House) lanzó en su pico de popularidad? La respuesta no debería tardar en llegar al escucharlo. Acaso el éxito de la serie haya empujado a Laurie a darse finalmente el gusto, pero no hay dudas de que se está frente a un gran trabajo, grabado al detalle y con criterio a la hora de elegir un repertorio tradicional.



Laurie se preparó para esta grabación durante años, devorando a grandes bocados a muchos de los mejores guitarristas y pianistas de blues, desde las grabaciones legendarias de Robert Johnson hasta los discos de Dr. John, quien colabora en la sublime After you’re gone. Pero hay otras perlas, como la relectura de Police dog blues (una clase magistral de guitarra acústica), o Winnin’ boy blues y la misma Let them talk, si lo que se busca es un costado más reposado.

El grupo de acompañamiento es sólido y numeroso, pero el productor Joe Henry se encarga de no sobrecargar, sobre todo cuando suenan juntos los diversos instrumentos de cuerda, como el ensamble entre el lap steel y la mandolina.


Falta remarcar la gran incógnita del disco, que es la voz de Laurie. Y no defrauda: es expresiva, y su elegancia british no lo hace resignar pasión ni se deja llevar por los tics del estilo. ¿Pruebas? Darle play a Buddy Bolden’s blues. La compañía puede ser una medida de whisky o el té de las 5; eso no importa, porque el gusto lo pone el gran Hugh.

Publicado originalmente en VOS

miércoles, 4 de mayo de 2011

"Me volví músico bastante tarde"

Alan Parsons forma parte de la historia grande del rock en calidad de testigo privilegiado. Es cierto que lidera un proyecto que dio forma a varios discos conceptuales, algunos de ellos de notable espesor y calidad, desde la década de 1970 hasta nuestros días. Un proyecto –el Alan Parsons Project– que a largo de los años consiguió algunos éxitos radiales y un reconocimiento internacional. El mismo proyecto que lo trajo a Córdoba en enero de 2005 y que este próximo viernes pisará nuevamente el escenario del Orfeo. Pero el nombre de Alan Parsons se encuentra inevitablemente atado a dos momentos cumbres de la música popular. Primero trabajó como asistente de grabación de Abbey Road (Beatles), y unos años más tarde fue ingeniero de sonido de The dark side of the moon (Pink Floyd). Mientras colocaba un micrófono en el lugar indicado o manipulaba perillas en las consolas, este músico y productor británico pudo ver de cerca cómo funcionaba por dentro la fábrica creativa de dos grupos que llevaron la música a otro nivel.

De todas maneras, aunque la historia circunscriba su carrera a esas dos cumbres del rock, Alan Parsons tiene una personalidad inquieta y trabaja continuamente en nuevos desafíos. El último de ellos lleva por título Art & Science of Sound Recording, en el que explica el funcionamiento de un estudio. Pero mejor que sea él mismo quien lo describa: “Es una serie de tres DVDs que se puede adquirir en formato físico o para descarga en la web. Trata todo sobre el proceso de grabación, con mucha información útil. Va apuntado hacia principiantes, pero cualquier interesado que tenga una laptop puede meterse en el tema”, asegura vía telefónica desde Los Angeles.

–Se dice que el mp3 tiene mala calidad y que además destruyó al álbum conceptual. ¿Estás de acuerdo?
–Sí, pero no fue sólo el mp3, sino también la cultura download. La gente no acepta el álbum como algo entero, sino que busca algo fragmentado, de tres minutos. En cuanto a la calidad de sonido, es mala, pero lo bueno es que Internet y las computadoras se vuelven cada vez más poderosas, así que algún día vamos a estar mejor. Yo pienso que si esas personas tuvieran la opción, el interés y el tiempo para acceder a una mejor experiencia de sonido, disfrutarían mucho más y caerían en la cuenta de la mala calidad del mp3.

–Te mostrás con varios instrumentos en el escenario. ¿Cuál es tu favorito?
–Bueno, toco varios instrumentos, pero no soy particularmente bueno. Diría que la guitarra es mi favorito, porque es el que más toco. Soy un aceptable tecladista, tuve formación clásica, mis primeros instrumentos fueron el piano y la flauta. Llegué a interpretar en orquestas, pero la guitarra fue mi primera pasión. De todas formas, mi background profesional proviene de los estudios de grabación, como ingeniero y productor, no como músico. Me volví músico bastante tarde en mi carrera.


–¿Te parece bien cuando catalogan tus discos como A.O.R. (rock orientado para adultos)?
–Está bien, no me molesta. Igual, creo que classic rock es más apropiado.

–Digamos: canciones sin tiempo.
–Me gusta esa definición.

–También te has metido en la música electrónica.
–Sí, disfruto de esa música. Mi último disco, A Valid Path, está influenciado por el trance, porque la gente con la que colaboré viene del ámbito de la electrónica, como Crystal Method o Shpongle. Además, mi hijo Jeremy es un gran músico electrónico.

–¿Qué te llevó a ese camino? ¿Qué ventajas tendría frente a una música más tradicional?
–Son diferentes. En las manos correctas, creo que una computadora puede ser tan expresiva como un piano o una guitarra. Algo electrónico no tiene porqué ser falto de pasión. Desafortunadamente, hay mucha música pop que no utiliza la electrónica de forma correcta, o al menos no de forma interesante.

–¿Qué se cruzó por tu cabeza cuando surgió el punk, a fines de los ‘70? De alguna forma fue la contrapartida al rock progresivo, sin interés en la producción.
–Lo vi llegar e irse, no me interesaba. Por aquellos años, no consideré que alguien que estuviera metido en el punk fuera competencia para la música que yo hacía. El punk era una cultura de jóvenes para un público joven. Nuestra audiencia, en cambio, era de treintañeros, o al menos de 25 para arriba. Cuando hice mi primer disco tenía 29 años. Mi generación escuchaba mi música.

–¿Pero dirías que tuvo algo positivo? Me refiero al punk...
–El punk fue una cultura joven que buscaba ser revolucionaria, agresiva. Fue lo que quería un grupo de jóvenes en ese momento. Nunca lo entendí, no podía comprender cómo un rock duro y mal tocado pudiera ser tan popular. Fue algo increíble, pero yo no tenía tiempo para eso, estaba demasiado ocupado con lo mío, haciendo mi música. Tuvo sus cosas buenas, como The Clash, a todo el mundo le gusta The Clash.

–En una entrevista comentaste que en la música actual casi no hay lugar para los solos de guitarra. ¿Le echamos la culpa a las computadoras?
–Por un lado, los guitar heroes son mayormente para guitarristas. Hubo una época en que todos querían escuchar a tipos como Jeff Beck, Clapton o Hendrix, porque de alguna manera eso respondía a cómo fue marcada la música en los ochentas: iba apuntada más a la imagen, a cómo te vestías, cuán bien tocabas la guitarra en el videoclip. Y aunque la música moderna está falta de solos de guitarra y quizá algo desapasionada, creo que últimamente hay un pequeño incremento en la presencia de los instrumentos en el pop. Pienso que se debe a que la gente se cansó de la fórmula de siempre, el sonido de la máquina de batería o el sampler. Siento que ahora hay un poco más de performance y musicalidad, algo que en los noventas prácticamente se había perdido. Igualmente, lo que importa es la canción. Una buena canción se puede hacer sin instrumento, sin computadora, sin nada. Es algo abstracto, solamente hay que hacerla. Y eso es lo más importante de un álbum: las canciones.

Publicado originalmente en VOS