Pocos años atrás, Tom Wolfe declaró que el sueño de los nuevos estudiantes de Letras no pasaba por escribir la nueva Gran Novela Americana, sino –se lo confesaban en las charlas– ser guionistas de series inteligentes de la TV. Los muertos, primera novela del español Jorge Carrión (1976), ofrece otra vuelta de tuerca: demuestra que la influencia de la literatura hacia las nuevas series televisivas de culto también puede aplicarse a la inversa.
Una narración que simula el guión de un producto audiovisual, una trama que bebe de mucha de la ciencia ficción del cine y numerosas referencias a la cultura pop hacen de la obra algo inclasificable, lo cual no dice nada en sí mismo, pero sirve para atender a un trabajo salpicado de enlaces externos. No se trata de una ficción lineal; por el contrario, Los muertos opera con el ánimo del cut up o, mejor, un remix: encierra y entrecruza numerosas historias, algunas propias de la inventiva del autor y otras procedentes de la industria cultural.
En una metrópolis violenta, se “materializan” cuerpos vivos en callejones sórdidos. No recuerdan nada de su existencia, y su misión pasa por conseguir información de su pasado en una ciudad que desconocen, para lo cual deben acudir a las virtudes de adivinos. A estas personas (los “materializados”) se las llama Nuevos. Ocasionalmente padecen “interferencias”, imágenes y sensaciones provenientes de una vida pasada. En el tramo final, el argumento se acerca velozmente al tono apocalíptico, a raíz de una pandemia que produce inesperadas desapariciones, individuales y colectivas.
La novela está dividida en dos partes de ocho capítulos cada una. Pero a la vez incluye dos complementos que imitan artículos académicos, en los que se describe y analiza a Los muertos. No como un texto literario, sino como una serie de dos temporadas para la televisión, que cautiva a la audiencia de una manera similar –no casualmente– a la fiebre que produjo Lost. A partir de allí se comprende mejor la austeridad en la prosa de Carrión, que en algunas ocasiones lo lleva incluso a prescindir de los verbos (“En la parte trasera de sus pantalones, el relieve de dos pistolas”).
Esos textos analíticos aportan, asimismo, datos más inquietantes: Los muertos se inscribe en la narrativa postraumática; es decir, se trataría de una metáfora que aborda las experiencias límite que debieron padecer las víctimas de masacres. Y también dan cuenta de una ironía deliciosa, casi borgeana: sería imposible trasladar la serie a otro formato, como podría ser una novela, sin traicionar su eficacia.
The Beatlend. Los Beatles después de los Beatles Music Brokers 280 páginas $ 60
Escrito a cuatro manos por el periodista Sergio Marchi y el músico Fernando Blanco, The Beatlend se propone analizar las carreras solistas de los cuatro Beatles, en un recorrido exhaustivo y fascinante que entrelaza cuestiones musicales con históricas. Blanco comenta que la realización del libro tuvo algo de beatlesco: “Fue bastante intenso, nos llevó casi un año, incluida una actualización para el 9/9/09 (cuando salió a la venta la discografía remasterizada). Nos distribuimos el trabajo, yo laburaba más con las discografías, en lo musical, y Sergio iba articulando la historia. Laburamos individualmente, pero mancomunados. Una forma de trabajo medio Lennon/McCartney.”
-¿Internet ayudó al momento de conseguir álbumes difíciles? -No tanto para conseguir discos, sino para algunas canciones puntuales que estaban medio perdidas. Somos bastante obsesivos y tenemos casi toda la discografía. Internet es útil, pero recurrimos mucho a los libros, revistas y los discos. Lo hicimos por gusto personal. Esto nació a raíz de charlas acerca de cómo nos gustaban esos discos solistas y cómo en ciertos trabajos aparecía cierta parte de la magia que habían tenido los Beatles. No siempre, pero se encuentran chispazos. Sergio me comentó que había querido escribir un libro, yo le insistí y la cosa fue tomando forma.
-Pareciera que los picos altos en la carrera solista de Paul McCartney son justamente cuando surge ese chispazo beatle. Por ejemplo, en “Band on the run” o en “Tug of War”, que lo produjo George Martin. -Es cierto, sobre todo en el caso de McCartney. Band on the run es el único disco de un beatle solista que vendió tanto como unos de los Beatles. Evidentemente la gente busca esa marca beatle. Pasó también con el éxito de Lennon con Imagine. La crítica siempre va a hablar mejor de Plastic Ono Band como disco, como testamento de su momento, como honestidad brutal, de un álbum de venas abiertas. Sin embargo, Imagine es un trabajo de orientación beatle y tuvo más ventas. La hipótesis del libro es plantear que pese a la separación, los cuatro siguieron unidos de alguna manera, por oposición o empatía. Siempre estuvieron ligados a los Beatles.
-A simple vista, Lennon queda como el menos concesivo dentro de su faceta solista. Pero la pregunta debería ser si sus discos estuvieron a la altura artística de los Beatles. -Hay que ser sinceros, ninguno de los cuatro llegó a estar a la altura. En este caso, la banda es más que la suma de sus partes. Por momentos, Lennon se acercó. Imagine, la canción, podría haber sido un éxito beatle. Lo que saco en conclusión es que McCartney fue un poco más condescendiente con su pasado, en cambio Lennon iba y venía. A veces renegaba, pero después se amigaba. El que más se quiso despegar fue Harrison, pero también tuvo un período en que se amigó, como cuando editó Cloud number nine. Y al final de su vida, volvió a renegar de eso.
-Tanto McCartney como Harrison tuvieron su etapa “ochentosa”, cosa que por obvias razones Lennon no transitó. -Los ochentas, para mí, fueron siempre la gran trampa musical. Todos los artistas de aquel momento quisieron aggiornarse. Lennon se quedó en la puerta, pero fue bastante visionario en una cosa: si uno escucha Double Fantasy (1980, último álbum que el músico editó en vida), no cae en las trampas básicas en las que cayeron varios artistas en ese momento, sino que buscó un sonido clásico, rockero dentro esa etapa madura, algo que Harrison encontró en la época de Cloud number nine y con los Travelling Wilburys. Es un sonido que escapa a los samplers y las baterías electrónicas, no es el típico sonido “camaroso” que marcó a los ochenta. McCartney entró muy bien a esa década, pero después fue decayendo y sacó un par de discos muy ochentosos. Incluso hubo un disco de él que no se editó (Return to Pepperland), que se consigue en Internet. Lo escuchás y tiene baterías al palo muy feas…
-En el libro se detalla que Travelling Willburys surge de forma espontánea. Es para reflexionar, en tiempos donde la aparición de algunas megabandas parece estratégica, como el caso de Supernova o Chickenfoot. -Claro, lo de los Travelling fue totalmente casual. Hace unos años salió un DVD sobre ellos donde Harrison dice algo clave: “Lo que más cuido con la banda es conservar nuestra amistad”. Era una pandilla de amigos que se propuso hacer música. Hicieron dos discos, se entretuvieron y no más que eso. Incluso Tom Petty y Bob Dylan querían salir de gira, pero los otros dos ingleses malhumorados, que eran Harrison y Jeff Lynne, se negaron porque preferían pasar un buen rato en el estudio y no complicarse. Simplemente lo hicieron por placer, y eso se transmite.
-Todavía no hablamos de Ringo. ¿Cuál considerás que es su mejor momento en solitario? -Ringo tiene etapas muy definidas. Arranca un poco errático haciendo discos accesorios, después le llega el éxito y más tarde su carrera no pudo remontar. En los ochentas cayó en un pozo. Después se recupera con las giras de la All Starr Band, una idea brillante. Pero sin duda que su mejor disco es Ringo (1973), no sólo porque tiene la participación de sus tres ex compañeros, sino porque realmente está muy bien producido y grabado, es muy fresco. Fue algo muy cómico, porque en aquel momento Ringo era el ex Beatle más exitoso, al punto que Lennon le manda un telegrama diciendo “¿Cómo te atrevés? ¡Escribime un hit!”. Ringo sacó un disco hace poco (Y not), su carrera sigue abierta. Sus últimos trabajos tienen una impronta beatle evidente.
-Pasa igual con McCartney, ¿no te parece? Lo último que editó hasta el momento, “Good evening New York”, tiene mucho material beatle. -Es que McCartney puso toda su vida en los Beatles. Incluso se compró una casa a tres cuadras de Abbey Road para poder ir a grabar cuando quisiera. Creo que una de las razones de la ruptura fue la diferencia de personalidades. Lennon y Harrison valoraban mucho la espontaneidad; Mccartney, en cambio, era de preparar todo, de trabajar para la posteridad. Me parece que era un tipo consciente de que estaba escribiendo la música clásica del futuro. Siempre fue un tipo que tuvo muy claro que los Beatles eran algo muy importante. Creo que es el artista vivo más importante en el planeta, en todas las ramas del arte.
Se encuentra disponible en las librerías la segunda edición del libro The Beatlend, material indispensable para cualquier fan de los Beatles. (Felices 70, Ringo.)
Vamos a suponer que nos asignan la tarea de encasillar la música de Frikstailers, ese combo sonoro tan indescifrable como encantador. Una salida posible sería inventar un término para designar su estilo (¿friktune? ¿frikimal?), pero un rótulo arbitrario en torno a la dupla que forman Rafa Caivano y Lisandro Sona no ayuda demasiado a nuestro propósito.
La cosa se complica todavía más cuando los propios Frikstailers hablan de su música, porque utilizan intangibles como “psicodelia” y “energía”. Veamos: “Energía, psicodelia, tropicalismo, música negra, pedacitos de sonidos tomados de todo tipo de música”, enumeran, y rematan con una comparación gastronómica: “Agarrás un montón de música underground y mainstream, la metés en una licuadora y la sacás. La mezcla es un batido tropical extraterrestre”.
A confesión de partes, relevo de pruebas. Que los encasillen los saca de las casillas, valga el juego de palabras. Mejor pasemos a otro tema.
Los inicios El origen de Frikstailers encuentra a Rafa y Lisandro como compañeros en la facultad, uno haciendo música de forma tradicional (Lisandro, con una banda de rock) y el otro, experimental (Rafa, con programas de edición de audio). Cada uno le mostraba al otro lo que hacía. Rafa: “A Lisandro se le voló la cabeza cuando le llevé el (software) Fruity Loops. Le expliqué las nociones básicas y en una semana se hizo un disco.”
Un tiempo después, comenzaron a hacer cosas en conjunto. “Arrancamos con música tipo micro house, con ruiditos y errores. El proyecto se llamaba Acné, en alusión a la síntesis granular”, recuerdan los dos, con tono presuntuoso y medio burlón hacia aquel pasado. “A instancias de Andrés Oddone y Chelo Scotti (ambos dee jays y productores), empezamos a escuchar otras cosas y a probar otras ideas. Esa música nos abrió la cabeza”.
Tal la génesis del dúo electropical que tiene base en Córdoba y entusiasma a públicos de diferentes partes del mundo. De hecho, en breve editarán un vinilo a través del sello ZZK Records y los espera una gira por los Estados Unidos. ¿Cómo era eso de que nadie es profeta en su tierra? “Hay lugares que captan la onda de lo que hacemos y otros que no. No nos quejamos, es una realidad. En este momento tratamos de que la gente entienda y se prenda con nuestra propuesta”, dicen.
Imagen y sonido La música electrónica enfrenta viejos prejuicios. No es fácil ofrecer un show atractivo, en términos visuales, si el instrumento principal es una notebook. Se entiende: el click del mouse no puede competir con la pirotecnia de un doble bombo o un solo de guitarra.
De parte de los Frikstailers, la forma de combatir el tedio en vivo es proponer un show lleno de estímulos, donde lo más presente es -de nuevo- la energía: hay notebooks, sí, pero también teclados, sintetizadores, vocoder e incluso un dance pad con una paleta de sonidos a puro 8-bit. Eso sumado al propio histrionismo de la dupla, con su par de anteojos extravagantes y sus cabelleras fluorescentes que se sacuden al son de los beats tropicales, como dos juguetes rabiosos.
“Podemos llegar a tener problemas con la gente más conservadora dentro de la música electrónica, los que piensan que a ciertos géneros no se los debe mezclar con lo tropical. Hoy por hoy no tiene mucho sentido esa discusión”, cierran Lisandro y Rafa.
De un tiempo a esta parte, al nombre Frikstailers también se lo relaciona con Julieta Venegas. Sucede que la mejicana los descubrió vía MySpace y les encargó un remix para uno de sus temas, en el que se encuentran trabajando. Pero Venegas no es la única interesada en las habilidades del dúo para “deformar” canciones, sino que son varios los artistas de otras latitudes fascinados con su estilo libre.
Lo cierto es que sus reversiones son tan solicitadas como impredecibles: “Lo nuestro es muy polimorfo, con cada nueva canción encontramos la posibilidad de trabajar una estética nueva. Pero al mismo tiempo, hay un hilo conductor que remite a Frikstailers. Es decir, más que por un sonido, las solicitudes llegan por una forma de hacer las cosas, por una energía.”
Taringa! no para de crecer. En tiempos en que los sitios exitosos se tasan en cifras desorbitantes, la comunidad virtual más grande de Argentina, a la que miles y miles de usuarios recurren diariamente en busca de las más diversas temáticas, todavía conserva cierto romanticismo. “Siempre hay interés, pero no estamos interesados en venderlo”, repetirá Matías Botbol, uno de sus propietarios.
–¿Quiénes son los que más ofertan? ¿Empresas privadas, medios, partidos políticos? Es una plataforma muy poderosa. –Hay de todo. Nosotros descartamos automáticamente cualquier posibilidad de un grupo que tenga intereses políticos. Taringa! es exitoso por ser un sitio independiente y plural. En el momento que venga alguien con la intención de bajar línea va a estropear todo el trabajo que hicimos.
–¿Cómo se mide el precio de un portal? –Es algo muy difícil, no lo sabemos con certeza. Una empresa puede hacer una oferta puntual, pero hay muchas variables que influyen. Es diferente a comprar un kilo de naranjas.
–¿En qué momento se encuentra Taringa!? –Hoy es una de las comunidades más grandes del mundo. Pero tenemos que seguir corrigiendo algunas cosas, todavía podemos mejorar. Todo el tiempo notamos la demanda por parte de los usuarios, solicitando nuevas cosas. La idea es que nunca se aburran.
–¿En la empresa utilizan Taringa! también como consumidores? –Sí, todos los que trabajamos ahí lo usamos como cualquiera. Incluso a muchos de nuestros empleados los conocimos como usuarios.
–Hay un interés que va más allá de las descargas de música o películas. –En relación a eso hay una especie de prejuicio. Algunos piensan que es un sitio de descargas, pero no hay archivos alojados, los posts son como puentes. En Taringa! hay todo tipo de información, desde cómo arreglar un sillón hasta recetas de cocina. Termina siendo como una Wikipedia, pero informal. Los que lo usan a diario le empiezan a sacar ese provecho. Es un mejor uso que el de los usuarios esporádicos, alguien que entra seguido encuentra con un universo.
–¿Llega a ser incontrolable en un punto? –Son los mismos usuarios los que ofician de controladores. Si encuentra un post que no cumple con las normas, lo denuncia y a partir de ahí pasa por un proceso de moderación. Para una persona sí, es imposible de controlar, pero al estar toda la comunidad participando, se vuelve un proceso eficaz.
–¿Cómo está funcionando la versión en portugués (br.taringa.net)? –Bastante bien. Como es lógico, los números todavía no se comparan con el original. Pero estamos contentos porque viene con un crecimiento mensual aproximado del 15%. Cuando uno lo compara con Taringa! cuando empezó, el crecimient es mayor.
–¿El sitio tiene un techo? ¿Llegará el momento en que ingrese en una meseta? –En cuanto al crecimiento, puede llegar a un techo. En Argentina, casi llegamos al tope de cantidad de usuarios. De nuestro país entran unos 16 millones de usuarios por mes y se calcula que la cantidad de usuarios argentinos que ingresa a Internet es entre 18 a 20 millones. Queda un porcentaje muy chico de personas que no entra a Taringa!. Crece en otros países, como México, Chile o Colombia, pero llegará un punto en que no crezca más en Argentina. Estamos desarrollando nuevas herramientas para que los usuarios encuentren más utilidades y se vuelva más fuerte la comunidad. En eso sí se puede crecer.
En otro intento por combatir la piratería musical, en setiembre del año pasado se lanzó al mercado argentino la tarjeta musicpass, un nuevo formato que permite la descarga de un álbum completo a través de la web. El funcionamiento es sencillo: en el dorso, el plástico contiene un código que hay que ingresar a un sitio oficial para bajar –por única vez– la obra del artista, en formato mp3 de alta calidad (320 kbps).
Las ventajas frente al disco, en un vistazo rápido, parecen ser dos. Por un lado, su precio: el promedio de la musicpass es de $ 15 (menos de la mitad de un CD original), y por el otro, los contenidos extra, ya que la musicpass, al no ser un formato de almacenamiento, no presenta limitaciones cuando de ofrecer contenido se trata. De esa forma, además del álbum, el usuario puede descargar un videoclip, una entrevista, un wallpaper u otro feature del artista en cuestión.
Los últimos trabajos de Gustavo Cerati (Fuerza Natural) y Shakira (Loba), ambos de Sony BMG, fueron los primeros en salir a la calle a través de musicpass. “Superó nuestras expectativas”, aseguran Diego Summer Sasin y Esteban González Treglia, los encargados de marketing de DMC Latinoamérica (Digital Music Card), empresa encargada de producir y distribuir musicpass. “El disco ya es un formato de colección. El que es comprador de discos, va a seguir haciéndolo –agrega Summer–. El nacimiento del musicpass surge de eso: un formato nuevo, que transmita transportabilidad, que sea fácil de descargar y de pasar al dispositivo de reproducción de música”.
Algo físico Al día de hoy, el catálogo se amplió a unos veinte títulos y todo indica que la cifra irá en aumento. Ahora bien, la pregunta que cae de maduro es la siguiente: al margen de las implicancias legales, ¿qué ofrece la tarjeta que la web no pueda hacerlo de forma gratuita? Tanto los contenidos extra, como la calidad del mp3 y la velocidad de descarga, son argumentos que un entendido en la materia puede rebatir con facilidad. “Es cierto. Según nuestro estudio de mercado en Latinoamérica, nadie se pone colorado por descargar música. Entonces, cuando compra la musicpass, ya tiene la sensación de que se lleva algo físico, es decir, la tarjeta con el arte del disco. Además, la idea también es generar la fidelización del fan con el artista. Para eso, planeamos la actualización constante de contenidos. Mes a mes, entrás y descargás algo nuevo: videocip, entrevista, lo que sea”, plantean.
A riesgo de generar cierta incomodidad, hay que insistir en que las explicaciones esgrimidas no parecen ser suficientes para un habituado al download. Los directivos objetarán aplicando el sentido común: “Vos tenés la idea de un melómano, un gran bajador de música. Pero hay que entender que muchísima gente tiene su reproductor de mp3, su teléfono celular, y sin embargo no es amiga de la tecnología. Por ende, no descarga música. Le gusta ir y comprar. Además, en la actualidad argentina, para el que quiera bajar música de forma legal, una de las poquísimas opciones que tiene es el musicpass”.
Ventas Una de las próximas acciones de promoción por parte de DMC es extender los puntos de venta de la tarjeta. Que no sólo se adquiera en disquerías, sino también en quioscos, hipermercados e incluso farmacias. “Nos sorprendió la cantidad de unidades vendidas en los duty free de los aeropuertos”, comentarán Summer y González Treglia. “Ahora la música se puede mover a canales donde antes no podía estar. Y eso también es una ventaja para el melómano. Es como el caramelo del quiosco: con lo que me sobra, me llevo música”, comparan.
Desde DMC aseguran que los números acompañan (“Hoy Cerati es musicpass de platino”); sin embargo, las grandes cadenas no aportan datos. Desde prensa del grupo ILHSA (propietarios de la librería Yenny, entre otras), aclaran que no suelen dar “cifras de venta”. El que sí brinda información es Antonio Cobo, de Disquería Edén: “Se vendió muy poco la tarjeta. Nosotros probamos con las primeras que salieron, de Shakira y Cerati. Habremos vendido unas 50 unidades, como mucho”. Luego agrega: “En un país en el cual reina la cultura del ‘cero pesos’, la gente opta por bajarlo. Que se entienda: me encanta que haya otro formato legal y que cueste 15 mangos. Pero hoy por hoy la realidad es otra”. Cobo también revela que varios de los artistas más populares de cuarteto ya han sido seducidos para editar en musicpass, pero que aún ninguno se ha decidido.
En vivo Entre los nuevos proyectos de DMC, se encuentra “musicpass live”, que se perfila como una de las grandes apuestas a futuro. Esta vez sí aporta algo que resulta intransferible: un show en vivo. “Adquirís una tarjeta como acreditación a los grandes eventos de música, para que puedas ver el recital y después, una vez que estás en tu casa, descargar el material”, explican Summer Sasin y González Treglia.
La primera entrega de esta colección será una tarjeta con material de los diez años de Cosquín Rock, a editarse próximamente (se calcula para mediados de año). “Va a incluir un documental especial del festival, con mucho material de backstage”, adelanta José Palazzo. “La música se negocia con los artistas, por lo que todavía no hay precisiones en relación a las canciones. Hay mucho para elegir: cuando Charly tocó con Pappo, por ejemplo, y otras perlitas que se fueron dando a lo largo de las ediciones. Lo que sí te puedo decir es que va a tener material fotográfico, entrevistas y todos los especiales televisivos”, concluye el titular de Nueva Tribu.
Es evidente que la tarjeta musicpass aún está en ciernes y presenta mucho potencial como formato. Aun así, el tiempo y los usuarios serán los encargados de establecer si podrá hacerle frente a las descargas ilegales, una realidad que existe, al margen de la gracia que le cause a los artistas o a los grandes sellos discográficos.
–Una vez señalaste que algunas de tus canciones surgieron en sueños, mientras dormías. Es el caso de A cada hombre, a cada mujer. ¿Cómo definirías esa clase de inspiración? –Fue como un regalo que me llegó de andá a saber dónde. Recuerdo que desperté con la voz de David (Lebón) cantando las dos frases iniciales. Me levanté, tomé la guitarra, me agarré de ese hilo y fue surgiendo la canción completa. Es como si algo me hubiera soplado al oído la semilla de lo que después fue el árbol.
–En este caso, se podría aplicar a la música eso de soñar en otro idioma, cuando ya se internaliza. –Sí, es una excelente imagen. Lo bueno es la mezcla que se produjo. Mi mente racional no estaba funcionando, pero después fue todo mi equipamiento psíquico el que terminó de redondear mi idea. Operó mi intuición, mezclado con mi racionalidad y mi conocimiento del lenguaje musical. La música tiene ese poder, el de conjugar esas dos cosas: lo concreto y lo abstracto, lo material y lo espiritual, de una manera tremendamente potente. Es como soñar en voz alta. Tiene el mismo permiso que se da en la poesía, el de hablar desde un lugar que no pretende comunicar una cosa puntual, sino ir más allá del significado de las palabras y comunicar una emoción, aquello que no se puede decir fácilmente, el lado oscuro de las cosas.
–Ya que nombrás la poesía, te llevo a tu libro Dos pasajes a la noche. Uno de los poemas, Fast forward, sugiere ciertas vacilaciones acerca de la velocidad en que transcurre la vida. –“Qué será que espera mi corazón/ sin paz un solo día”, dice el poema. Esa inquietud constante es la que define el estado del espíritu. Hay una especie de sed de significado que nos impulsa hacia adelante, a todas las experiencias humanas. Sin esa sed, la vida sería tremendamente aburrida, repetitiva y cuadrada. Creo que en los espíritus inquietos está esa búsqueda constante, esa pregunta que se regenera a si misma todo el tiempo. Es una tarea inherente al trabajo de un creador artístico meterse en todos los problemas que le vengan a la cabeza, meterse con todo lo que lo apasione, lo asuste o lo entusiasme. Hay que dejarse erotizar por todas esas cosas, llevarlas a su punto límite y ver qué encuentra. De lo contrario, ¿qué es lo que está comunicando?
–Al margen de que esa respuesta no resulte satisfactoria para el artista. –Es que en realidad no puede tener respuesta, si la tuviera sería una cárcel. Sería la negación de sí misma. Si se pudiera aplacar, no sería sed. Puede tener algunos momentos de reparo, de descanso, algún instante de éxtasis, en que todo se asienta mansamente en un lugar agradable del corazón. Pero dura poco, la inquietud vuelve muy rápidamente. Por suerte es así.
–Podría ser comparable a tu carrera, ¿no te parece? De estar en la cima con Serú Girán, a optar por un plano secundario junto a Pat Metheny. No estancarse, incluso viviendo en la cima. –Eso es algo relativo. Es una cima vista desde un ángulo, pero desde otros ángulos no lo es. Pensar que nosotros cuatro ya habíamos alcanzado el momento más feliz de nuestras carreras en Serú Girán, con un promedio de 25 años, sería algo bastante triste. Uno evita pensar de esa manera porque es ponerse un límite.
Extracto de una entrevista a Pedro Aznar, uno de mis ídolos musicales. Fue publicada en VOS.
Mucho se ha hablado acerca de Taringa!, ese aleph digital comandado por los hermanos Botbol donde podemos encontrar de todo, desde reclamos de justicia hasta links para descargar videojuegos ochentosos. Buena parte de los noticieros no resistieron a la tentación de mandar al aire un informe for dummies sobre esta red social y así –a falta de un video chistoso– cubrir la noticia web del día. Pero mientras la gran mayoría puso el foco en la historia del grupo de adolescentes que crea un producto exitoso (viene bárbaro para titular cosas como “los Bill Gates argentinos”), pocos se detienen a analizar un fenómeno más heterogéneo y por ende más complejo: los más de tres millones de usuarios con los que cuenta al día de hoy, que son en definitiva quienes han hecho de Taringa! el sitio web más visitado de Argentina. Sí, los taringueros.
Comencemos con una analogía medio facilona: ¿se acuerdan del capítulo de Los Simpson sobre los Magios? Digamos que ser taringuero es como estar adentro de esa logia. Al igual que Homero, el novato se desvive por pertenecer, y una vez que logró su cometido, tiene que empezar bien de ajoba hasta obtener el reconocimiento de sus pares. ¿Cómo? Aportando posts que respondan a la máxima absoluta de esta cofradía virtual, la Inteligencia Colectiva. (Aunque también hay “marcas de nacimiento” que pueden hacer subir rápido nuestra condición, pero eso lo vamos a ver más adelante.) Si esos posts gustan, decíamos, se los premia con puntos, que acumulados nos van otorgando una mejor posición. Los puntos –vamos con otra comparación doméstica– son como los billetes del Estanciero: sólo tienen utilidad dentro de esa lógica y no puertas afuera.
Lo cierto es que Taringa! se convirtió en un fenómeno que hace rato sobrepasó la web: ya son un clásico las reuniones de taringueros que se arman en diferentes provincias de Argentina, e incluso de otros países, como México, Colombia y Uruguay. “En la primera que organizamos, allá por el 2007, éramos cinco locos –rememora Luis (wwxxyyzz), taringuero cordobés de la primera hora–. Y a contramano de lo que se piensa, de lo que menos hablamos en las juntadas es de Taringa!”.
El que lo ve de afuera tiene esa clase de prejuicios: el taringuero es una variante del nerd que llega a las reuniones con su remera de Kill Bill (en su variante Tarantino o Linux) y no para de hablar de Ubuntu y Lara Croft. Pero el geek es sólo uno de los tantos tipos de taringueros que hay por allí. La charla que mantiene La Central con algunos de ellos corrobora esta cuestión: por caso, Luis es un melómano que arrancó compartiendo música por Taringa!, además de ser el mentor de varias de las juntadas en Córdoba. “Comencé subiendo algunos discos de rock sinfónico o rock nacional que son difíciles de conseguir. En aquel entonces éramos unos 50 mil usuarios, había como una especie de mito de pertenencia al sitio. Ahora hay millones, lo cual hizo bajar el nivel etario. Para bien o para mal, Taringa! cambió”.
Ya no sos igual “Taringa! se ha vuelto algo tan masivo que es incontrolable. Eso ha hecho que muchos quieran figurar, desvirtuando el sentido original. En lugar de compartir, buscan competir”, dice con algo de resignación Rafa (Udyat), moderador en Taringa!, consultado sobre el estado de la cuestión. “Uno lo hace de onda, no modera persiguiendo un fin económico. Pero últimamente es imposible chequear todos los posts que se publican. Además se postea cualquier cosa; ya no es como al comienzo, donde realmente se buscaba originalidad”, plantea.
Esa idea de figurar, de alcanzar un top post a toda cosa, la ha generado la misma vorágine de la red. Se supone que si uno llega a la home de Taringa! gana prestigio y popularidad. Bajo esa premisa, entonces, muchos usuarios se crean varios perfiles para otorgar puntos a sus propios posts o bien examinan cuáles son los temas calientes del momento para publicar algo relacionado, sea una foto inédita de Megan Fox, la onda retro o la ley de bosques. Esa especulación hace que haya algunos posts visibles sobre un mismo asunto y cientos más originales, pero que pasan desapercibidos a raíz del caos virtual.
Una triste realidad: a diferencia de otros tiempos, cuando parecía valorarse más la mentada Inteligencia Colectiva, hoy en día la escalera a la fama taringuera está más cerca de la astucia marketinera que del talento. “Es como una foto de la sociedad. Cuando salta un tema candente, siempre están los que se muestran a favor y los detractores, pero en lugar de debatir con argumentos, se bardean entre ellos. Eso ya escapa a la naturaleza misma del sitio”, plantea Udyat. Así estamos.
Taringitis aguda Todavía no hemos hablado de una clase de taringuero fundamental, que está muy presente en este esquema aunque permanezca en las sombras, al acecho de lo que publican los otros. Se trata de un tipo de usuario muy común en otras redes sociales, como Wikipedia, y es el mero consumidor: poco aporte y mucho download. Sería muy inocente referirse al éxito de Taringa! sin contemplar el hecho que gran parte de las películas, los programas y los discos más esperados estén a un par de clicks de distancia. Eso también explica en buena parte que el libro de Taringa!, editado a mediados de 2009, no tuviera la repercusión esperada, al ser un reflejo bastante pobre de todo lo que es en la web.
¿Y qué sería en la web? En una nube de tags básica no deberían faltar tópicos como música, fotografía, libros, comics, software, humor, cine, deporte, videojuegos o noticias. Ese inmenso caudal de información, de acceso relativamente fácil y democrático por su propia naturaleza (hay administradores y moderadores, sí, pero a Taringa! lo hacen sus usuarios), produce una codicia lindante a la fiebre consumista. “Se termina convirtiendo en otra clase de capitalismo: uno baja y baja masivamente, pero después queda en el disco duro, no se consume ni la mitad”, reflexiona Luis.
Se sabe que hacer futurología en internet es una de las empresas más difíciles, dada su condición mutante. Por ello, y atendiendo a los cambios que ha venido sufriendo en los últimos tiempos, nadie arriesga a decir cómo seguirá la cosa de acá en más en la red social más popular de Argentina. De sitio de culto a espejo de la argentinidad, en poco menos de un lustro Taringa! se ha vuelto referencia insoslayable a la hora de hablar de la web en nuestro país. Casi que podríamos decir que ser taringuero, como peronista o ricotero, es otra forma del ser nacional. ¡¡Vamos, carajo!!